“Dios no es Dios de muertos, sino
de vivos, porque para Él todos están vivos’’
Varias veces en los relatos evangélicos vemos cómo Jesús es puesto a prueba con preguntas capciosas, quieren poner una trampa pero lo que desconocen sus interlocutores, es la audacia de Jesús para darle la vuelta a la pregunta, salir airoso y dejarlos si palabras.
Esta vez se trata de los saduceos, que niegan la resurrección, y le proponen un caso totalmente surrealista. Pero Jesús sortea la cuestión, les contesta y con su respuesta intenta llevarlos un poco más allá de sus cortas miras, les explica que la resurrección es una vida nueva, plena, que no está sujeta a lo que conocemos. Aquí radica la dificultad para comprenderla, es un misterio inabarcable, o te lo crees o quedas fuera. Como le pasa a los saduceos.
Dios es un Dios de vivos y quiere que todos vivan, y vivan en plenitud. La Resurrección nos libra de la muerte, por eso creemos que nuestra muerte corporal es el paso a una vida nueva. Pero también en este mundo podemos vivir como personas resucitadas, gozando de la misma vida de Dios, viviendo de su Amor.
La fe en Dios hace vivir con un talante diferente, no como autómatas que cumplen unas leyes y normas, sino siendo consciente de que hay una promesa de vida eterna que heredarán los que sean fieles a Cristo y a sus enseñanzas.
Hoy celebramos la fiesta de Santa Cecilia, una virgen mártir que murió por Cristo. Los mártires libremente entregaron su vida por causa de su fe, no rehusaron la muerte física precisamente porque creían en la Resurrección, porque tenían firme esperanza de que les aguardaba una vida mejor. De todos se nos cuenta que iban sin miedo, a pesar de los tormentos que sabían que iban a sufrir.
Que su ejemplo anime nuestra débil fe y aliente nuestra esperanza para que podamos dar testimonio de la primacía de Cristo y no sucumbamos ante las persecuciones. Que no perdamos nuestra alma por salvar nuestro cuerpo.
Fuente: MM. Dominicas, Monasterio de Santa Ana (Murcia)
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