miércoles, 19 de marzo de 2025

Comentario lectura evangelio 19/03/25

«No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer»

Dirigiéndose a José a través de las palabras del ángel, Dios le habla como esposo de la Virgen de Nazaret. Lo que se ha realizado en ella por obra del Espíritu Santo, expresa al mismo tiempo una confirmación del vínculo esponsal que ya existía entre José y María. El mensajero dice claramente a José: «No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer». Así, lo que había tenido lugar antes –su desposorio con María- era voluntad de Dios y, por tanto, se debía mantener. En su maternidad divina, María debe seguir viviendo como «una virgen, esposa de un marido» (cf Lc 1,27)

En las palabras que se le dicen a José en la «anunciación nocturna» éste comprende la verdad divina sobre la vocación inefable de su esposa, y al mismo tiempo comprende también la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que dentro del espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido, amaba a la Virgen de Nazaret y estaba unido a ella por un amor esponsal, es nuevamente llamado por Dios para vivir este amor.

«José hizo lo que le había mandado el ángel, y se llevó a casa su mujer»; «la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo»: ante estas expresiones ¿no debemos concluir que su amor como hombre fue también regenerado por el Espíritu Santo? ¿No es preciso también pensar que el amor de Dios que ha sido derramado en el corazón del hombre por el Espíritu Santo (Rm 5,5) construye de la manera más perfecta todo amor humano? Moldea también –y de manera totalmente singular- el amor esponsal de los esposos, y en él hace más profundo todo lo que es humanamente digno y bello, lo que lleva los signos del olvido exclusivo de sí, la alianza de las personas y la comunión auténtica del Misterio trinitario.

Fuente: San Juan Pablo II (1920-2005), papa

martes, 18 de marzo de 2025

Comentario lectura evangelio 18/03/25

Todo hombre es mi hermano

«Cada hombre es mi hermano». Esta es la paz, la paz ya en acto o la paz que se está haciendo. ¡Y vale para todos! Vale, hermanos de fe en Cristo, especialmente para nosotros.

A la sabiduría humana, la cual con inmenso esfuerzo ha llegado a una conclusión tan alta y difícil, nosotros, los creyentes podemos agregar un consuelo indispensable. Ante todo, la certeza (porque dudas de todo tipo pueden acosarla, debilitarla y anularla). Nuestra certeza en la palabra divina de Cristo maestro, que la esculpió en su Evangelio: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23, 8). Podemos ofrecer, además, el consuelo de la posibilidad de aplicarla (¡porque cuán difícil es en la realidad práctica ser de verdad hermano con cada hombre!). Lo podemos lograr recurriendo, como canon de acción práctica y normal, a otra enseñanza fundamental de Cristo: «Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas» (Mt 7, 12). ¡Cuánto han meditado filósofos y santos sobre esta máxima, que relaciona la universalidad de la norma de hermandad con la acción individual y concreta de la moralidad social!

Y por último, estamos en condiciones de ofrecer el argumento supremo: el de la Paternidad divina, común a todos los hombres, proclamada a todos los creyentes. Una verdadera fraternidad entre los hombres para que sea auténtica y vinculante supone y exige una Paternidad trascendente y rebosante de amor metafísico y de caridad sobrenatural. Nosotros podemos enseñar la fraternidad humana, es decir la paz, enseñando a reconocer, a amar y a invocar al Padre Nuestro que está en los cielos. Sabemos que encontraremos cerrado el ingreso al altar de Dios si antes no nos hemos reconciliado con el hombre-hermano (Mt 5, 24. 6, 14-15). Y sabemos que si somos promotores de paz, podemos entonces ser llamados hijos de Dios y estar entre aquellos que el Evangelio declara bienaventurados (Mt 5, 9).

Fuente: San Pablo VI, papa 1963-1978

lunes, 17 de marzo de 2025

Comentario lectura evangelio 17/03/25

Hoy, ¿cómo debe actuar un cristiano ante sus hermanos y hermanas? Pues mostrando hacia ellos la misma misericordia y amabilidad del Padre celestial: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6,36). Jesús dijo, «Yo no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo» (Jn 12,47). Jesucristo ni siquiera juzgó a sus propios verdugos. Al contrario, Él pensó bien de ellos excusándolos y rezando por ellos: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Como discípulos suyos, estamos invitados a ser como el Maestro.

Jesús dice en el Evangelio de Mateo: «No juzguéis para no ser juzgados. ¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en el tuyo?» (Mt 7,1.3). La viga es el “no-amor”, el “orgullo” y el “resentimiento” en nuestro corazón. Estos vicios son como una viga que nos impide considerar la falta de nuestro hermano desde su propia perspectiva, lo cual es más serio que la misma falta (a fin de cuentas, ¡una mota!), y por tanto aquellas actitudes son lo que debiera ser removido en primer lugar. Sólo con el amor podemos realmente corregir al otro, teniendo en cuenta que «el amor todo lo excusa» (1Cor 13,7).

Cuando Cristo dice «no juzguéis» no está prohibiendo el ejercicio de nuestra capacidad de discernimiento, ni tampoco se dice que tengamos que aprobar todo lo que hace nuestro hermano. Lo que Él prohíbe es atribuir una intención mala a la persona que actúa de esa manera. Solamente Dios conoce qué hay en el corazón de la persona. «El hombre mira las apariencias pero el Señor mira el corazón» (1Sam 16,7). Por tanto, juzgar es una prerrogativa de Dios, prerrogativa que nosotros le usurpamos cuando juzgamos a nuestro hermano.

Lo importante en el Cristianismo es el amor: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34). Este amor es derramado en nuestros corazones a través del Espíritu Santo (cf. Rom 5,5). En la Eucaristía, Cristo nos entrega Su Corazón como un don y así nosotros podemos amar a cada uno con Su Corazón y ser misericordiosos tal como el Padre del Cielo es misericordioso.

Fuente: Fr. Zacharias MATTAM SDB, (Bangalore, India)

domingo, 16 de marzo de 2025

Comentario lectura evangelio 16/03/25

«La gloria de la cruz»

El Señor descubre su gloria en presencia de testigos escogidos, e hizo resplandecer de tal manera aquel cuerpo suyo común a todos, que su rostro se volvió semejante a la claridad del sol y sus vestiduras aparecieron blancas como la nieve. En su transfiguración, se trataba, sobre todo, de alejar de los corazones de sus discípulos el escándalo de la cruz, y hacer que la ignominia voluntaria de su muerte no pudiera desconcertar a estos antes quienes sería descubierto la excelencia de su dignidad escondida.

Pero con no menor vista se estaba fundamentando la esperanza de la santa Iglesia, ya que el cuerpo de Cristo, en su totalidad, podría comprender cual habría de ser su transformación, y sus miembros podrían contar con la promesa de su participación en aquel honor que brillaba en la cabeza de antemano.

Este es mi Hijo amado,...escuchadle”. Escuchadle, a él que abre el camino del cielo, por el suplicio de la cruz, vosotros preparar las enseñanzas para subir al Reino. ¿Por qué teméis, ser redimidos? ¿Por qué, heridos, teméis, ser curados? Qué más voluntad hace falta que el querer de Cristo. Arrojad el temor carnal y armaos de la constancia que inspira la fe. Pues no conviene que dudéis en la pasión del Salvador que, con su auxilio, vosotros no temeréis en vuestra propia muerte...

En estos tres apóstoles, la Iglesia entera ha aprendido todo lo que vieron sus ojos y oyeron sus oídos (cf 1Jn 1,1). Por tanto la fe de todos ellos se vuelva más firme por la predicación del santo Evangelio, y hace que nadie enrojezca ante la cruz de Cristo, por la cual el mundo ha sido rescatado.    
   
Fuente: San León Magno (¿-c. 461), papa y doctor de la Iglesia

sábado, 15 de marzo de 2025

Comentario lectura evangelio 15/03/25

La caridad, principio y fin de todo

Poco estamos preocupados por buscar ocasiones de salvación unos por otros, en forma de ayudarnos entre nosotros, donde vemos que fuera necesario. De este modo, portar mutuamente las cargas con los hermanos. Así nos exhorta el Apóstol: “Ayúdense mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo” (Gal 6,2). Y en otro escrito “Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor” (Ef 4,2). Es realmente la ley de Cristo.

Cuando en mi hermano veo algo de incorregible, como consecuencia de enfermedades físicas o morales, ¿por qué no soportarlo con paciencia y consolarlo de todo corazón, según la palabra de la Escritura: “Sus niños de pecho serán llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas” (Is 66,12)? ¿Será que me falta esa caridad que soporta todo, que es paciente para sostener, indulgente para amar? (cf. 1 Cor 13,7). Esta es la ley de Cristo. Por misericordia, en su pasión, él soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestras dolencias” (Is 53,4), amando a los que portaba, portando a los que amaba. (…)

Todo género de vida que permite darse más sinceramente al amor de Dios y, por él, al amor del prójimo -cualquiera sea el hábito o las observancias- es más agradable a Dios. Es por caridad que todo debe hacerse o no hacerse, cambiar o no cambiar. La caridad es el principio y el fin al que conviene que todo sea dirigido. No puede haber error en lo que se hace, en toda verdad, por caridad y en su espíritu. Que nos la otorgue Aquel al que no podemos agradar sin ella. Sin Él nada podemos, el que vive y reina, que es Dios, por los siglos sin fin. Amén.

Fuente: Isaac de Stella (¿-c. 1171), monje cisterciense

viernes, 14 de marzo de 2025

Comentario lectura evangelio 14/03/25

Hoy, el Señor, al hablarnos de lo que ocurre en nuestros corazones, nos incita a convertirnos. El mandamiento dice «No matarás» (Mt 5,21), pero Jesús nos recuerda que existen otras formas de privar de la vida a los demás. Podemos privar de la vida a los demás abrigando en nuestro corazón una ira excesiva hacia ellos, o al no tratarlos con respeto e insultarlos («imbécil»; «renegado»: cf. Mt 5,22).

El Señor nos llama a ser personas íntegras: «Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24), es decir, la fe que profesamos cuando celebramos la Liturgia debería influir en nuestra vida cotidiana y afectar a nuestra conducta. Por ello, Jesús nos pide que nos reconciliemos con nuestros enemigos. Un primer paso en el camino hacia la reconciliación es rogar por nuestros enemigos, como Jesús solicita. Si se nos hace difícil, entonces, sería bueno recordar y revivir en nuestra imaginación a Jesucristo muriendo por aquellos que nos disgustan. Si hemos sido seriamente dañados por otros, roguemos para que cicatrice el doloroso recuerdo y para conseguir la gracia de poder perdonar. Y, a la vez que rogamos, pidamos al Señor que retroceda con nosotros en el tiempo y lugar de la herida —reemplazándola con su amor— para que así seamos libres para poder perdonar.

En palabras de Benedicto XVI, «si queremos presentarnos ante Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias».

Fuente: Fr. Thomas LANE, (Emmitsburg, Maryland, Estados Unidos) 

jueves, 13 de marzo de 2025

Comentario lectura evangelio 13/03/25

Más grande es su confianza, más recibe el alma

[Sor Faustina escuchó a Jesús decir estas palabras:] Hija mía, entre tú y yo existe un abismo infinito que separa al Creador de la criatura, pero mi misericordia llena este abismo. Yo te elevo hasta mí, no por necesitarte, sino que únicamente por misericordia te hago el don de la gracia de la unión conmigo.

Di a las almas que ellas en su corazón no pongan obstáculo a mi misericordia, que desea actuar en ellas. Mi misericordia está a la obra en todos los corazones que le abren la puerta. Tanto el pecador como el justo tienen necesidad de mi misericordia. La conversión como la perseverancia son gracias de mi misericordia. Qué las almas que tienden a la perfección veneren particularmente mi misericordia, ya que la abundancia de la gracia fluye de mi misericordia. Qué esas almas se distingan por una ilimitada confianza en mi misericordia. Me ocupo yo mismo de la santificación de esas almas, les procuro todo lo necesario para su santidad.

Las gracias de mi misericordia se obtienen con la ayuda de un único medio: la confianza. Cuanto más grande es su confianza, más recibe el alma. La almas de confianza ilimitadas son una alegría, ya que verso en ellas el entero tesoro de mis gracias. Me alegro que pidan mucho ya que mi deseo es dar mucho, abundantemente. En cambio, me entristezco si las almas piden poco, si cierran su corazón.

Fuente: Santa Faustina Kowalska (1905-1938), religiosa