Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas
Jesús es realista. No ignora las
dificultades ni intenta ocultar el fracaso y la muerte en que en ocasiones nos
encierra el seguimiento de Cristo. Tampoco promete que a partir de ahora será
más fácil, ni nos vende un mañana mejor. Exhorta a la perseverancia sin dar
demasiadas explicaciones. Porque hay momentos en la vida de fe en los que se
trata de permanecer. Esperar en Dios, con la humildad del amigo que confía, y
la fidelidad del que no se ha guardado un plan b, por si esto no funcionaba.
Puede que nos estemos preguntando si tiene sentido seguir intentándolo un año
más, pero, como los discípulos, sin entender demasiado, ¿A dónde vamos a
acudir?
Una actitud –la perseverancia−
que solo es posible desde el agradecimiento y la alabanza a los que nos
invitaba la primera lectura. Nuestra memoria retiene sus beneficios y nuestra
fe confía en que llegará un día en que su Amor –ahora velado por el dolor−
quedará al descubierto también en este presente desconcertante. Hoy podemos
permanecer si conservamos y nos agarramos al el recuerdo y la experiencia del
paso de Dios por nuestras vidas.
Una decisión –perseverar− que
solo es posible y evangélica cuando se vive desde la conciencia de la presencia
de Dios con nosotros, dándonos la fuerza, el consuelo y el sentido para
permanecer. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio, y el primer
ejemplo, como siempre, lo encontramos en él. Verdaderamente este era Hijo de
Dios, exclama el soldado pagano ante aquel que no había desertado del suplicio;
y este es el primer fruto de la negativa de Jesús a bajarse de la Cruz. El
centurión no vio en aquel condenado a muerte una actitud masoquista o cabezota,
sino una perseverancia en el amor y el perdón que solo podía ser de Dios.
Fuente: Sor Teresa de Jesús
Cadarso O.P. Monasterio Santo Domingo (Caleruega)
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