Todo el pueblo estaba pendiente
de él, escuchándolo
Acercándose Jesús al final de su vida, recién llegado a Jerusalén, sube al Templo para realizar una acción impensable, por lo osada y peligrosa. Jesús actúa con autoridad. La ha recibido del Padre, pero -además- acaba de ser reconocido por el pueblo, que le recibe y le saluda como aquel que viene en nombre del Señor. Es urgente para él poner las cosas en su sitio, purificar el Templo, liberarlo de las prácticas que impiden que cumpla su función.
Jesús esta vez realiza un gesto público inaudito, con una firmeza y una determinación que no pueden pasar desapercibidas. No puede consentir que el pueblo viva confundido y engañado con un funcionamiento del Templo que impide a las personas el verdadero encuentro con Dios, que sana, perdona, reconcilia.
La frase que aparece en sus labios está tomada de dos textos del Antiguo Testamento, de los profetas Isaías (56,7) y Jeremías (7,11). Y de esos textos podemos extraer lo que angustiaba e indignaba a Jesús del funcionamiento del Templo, y la razón por la que actúa como lo hace:
-. El Templo, lugar de oración, que incluye a todos los pueblos, es un coto cerrado que parece propiedad de unos pocos, y al que ni siquiera todos los miembros del pueblo tienen posibilidad de acceder.
-. La relación con Dios se ha convertido en un comercio: con ritos, ofrendas y sacrificios se puede comprar a Dios, obtener lo que necesitamos, tenerlo de nuestra parte… El mal, el pecado, se pueden relativizar y banalizar: todo se soluciona con dinero. Un dinero que va enriqueciendo a los que tienen sus negocios establecidos en el Templo.
-. Y ello significa, inevitablemente, discriminación de los más pobres: si no tienes dinero no tienes qué ofrecer a Dios. De ahí la clasificación de las ofrendas en función de su valor en dinero.
Todo esto y mucho más que implicaba la dinámica del Templo “obliga” a Jesús a actuar y supone su condena a muerte: todos los poderes se ponen de acuerdo en la necesidad de acabar con él. La única dificultad era que el pueblo, por el contrario, vivía pendiente de su palabra, escuchándola.
Tal vez podemos venir a nuestra realidad y preguntarnos sobre todas estas cuestiones, por las que Jesús puso en juego su vida, en relación con nuestros templos. ¿Priorizamos que ellos sean lugar en el que las personas puedan vivir pendientes de la palabra del Señor? ¿Estaría Jesús preocupado por algunas de las cosas que entonces le movieron a actuar?
Fuente: Hna. Gotzone Mezo Aranzibia O.P., Congregación Romana de Santo Domingo
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