Dios mismo es justicia por
excelencia. Todas sus obras son justas, ordenadas desde toda la eternidad por
su gran potencia, sabiduría y bondad. De la misma manera que lo ajustó todo lo
mejor posible, trabaja sin cesar y conduce cada cosa a su fin... La
misericordia es la obra de la bondad de Dios; continuará actuando tanto tiempo
como se le permita al pecado atormentar a las almas justas. Cuando este permiso
sea retirado... todo se establecerá en la justicia, para quedar establecido
allí eternamente. Dios permite que caigamos. Pero con su poder y su sabiduría,
nos guarda. Por su misericordia y su gracia, nos eleva a una alegría
infinitamente más grande. Así quiere ser conocido y amado en la justicia y en
la misericordia, ahora y para siempre...
Yo, no haré nada más que pecar. Pero mi pecado no impedirá a Dios obrar. La contemplación de su obra, es alegría celeste para el alma temerosa, que desea siempre cumplir amorosamente la voluntad de Dios con la ayuda de la gracia. Esta obra comenzará aquí abajo. Será gloriosa para Dios y de gran ventaja para todos aquellos que le aman en la tierra. Cuando lleguemos al cielo, seremos testigos de una alegría maravillosa.
Esta obra perdurará hasta el último día. La gloria y la santidad que emanarán de esto subsistirán en el cielo, delante de Dios y todos sus santos, para siempre... Esta será la mayor alegría: ver que Dios mismo es el autor.
El hombre, él, no es más que pecador. Me parecía que nuestro Señor me decía: "¡Ve pues! ¿No tienes allí ocasión para humillarte? ¿No tienes allí ocasión para amar? ¿No tienes allí ocasión para conocerte a ti mismo? ¿No tienes allí ocasión para regocijarte en mí? Entonces, por amor a mí, regocíjate en mí. Nada puede gustarme más".
Fuente: Juliana de Norwich (1342-después de 1416), reclusa inglesa
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