El tratar de conservar la propia vida, aparte de literalmente, lo podemos pensar como el intento de permanecer en la cumbre, el deseo de ser el más importante, el que domina, y esto terminará acarreando al pobre iluso soledad, desprecios, infelicidad; será seguramente el hombre solo rodeado de mucha gente que reirá sus gracias pero se irán cuando los necesite realmente. En todas las facetas de la vida es necesario dejarse ganar, para no perder. Si amo mi vida, mis posesiones, mis deseos más que a Dios, tendré, tal vez, una vida mundana más o menos plena, pero vacía de afectos verdaderos. Este es el fruto del egoísmo: es la semilla que no se entierra y no germina. Puede ser un bellísimo grano de trigo, pero perfectamente estéril.
Si, por el contrario, pones tu vida al servicio de los demás, es decir, al servicio de Dios, tendrás una vida plena, serás feliz y podrás llegar a la vida verdadera, que se dará en el Paraíso. Y no busques el Paraíso en las alturas, en lo misterioso, en lo magnífico: No está allí. Búscalo en tu interior porque solo dentro de ti podrás encontrar a Dios que, de acuerdo con sus palabras habrá venido y hecho su morada en ti. No hay ninguna duda: si sirves a Cristo, si sigues con Él su camino, llegarás a estar donde Él esté, a ser uno con Él en la casa del Padre.
(Fuente nocetnam)
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