viernes, 16 de noviembre de 2018

Comentario lectura evangelio 19/11/18

Al comenzar este rato de oración pídele al Señor, como aquel ciego del Evangelio: “¡Señor, que vea!”. Que tu Palabra penetre en mi mente y en mi corazón.

Introduzcámonos en la escena evangélica: un ciego está sentado en el camino. Sólo puede oír que se acerca un tumulto, que pasa mucha gente. Se pregunta qué es aquello. Le dicen que Jesús está por pasar ahí. Entonces le entran unas ganas inmensas de gritar. Su alma se enciende de fe en Cristo. Sus ojos están cerrados. No puede ver. Recurre a lo único que tiene: a su voz. Exclama con todas sus fuerzas.

¿No nos debería de suceder lo mismo? Todos, de alguna manera, somos ciegos en la vida espiritual. Carecemos de la luz de Dios. Nos encontramos a la vera del camino de la vida. Y Jesús pasa frente a nosotros de mil maneras todos los días. ¿No sentimos la urgencia de decirle al Señor: “¡Haz que vea!”? Qué hermosa jaculatoria es esta. Con cuánta frecuencia se la deberíamos decir a Jesús. A la hora de la prueba, de la tentación, en los quehaceres cotidianos de la vida: “¡Señor, que vea!”.

El Señor, como al ciego del Evangelio, nos conoce, pero quiere que le pidamos lo que necesitamos, que le gritemos con fuerza, que perseveremos en la oración, que le insistamos. Quiere que nos convenzamos de que le necesitamos, quiere que le roguemos. Imitemos al ciego. Aunque Dios no nos conceda enseguida lo que le pedimos, aunque muchos intenten callarnos, no cesemos nunca de implorarle a Dios por nuestras necesidades y las de los demás.

(Fuente Nocetnam: Regnum Christi)  

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