sábado, 6 de febrero de 2021

Comentario lectura evangelio 07/02/21


Jesús fue muy amigo de sus amigos. Supo querer a quienes había elegido para que le ayudaran en la gran tarea que le había traído al mundo. Así muchas veces lo contemplamos en el Evangelio rodeado de sus discípulos, departiendo con ellos con sencillez y cordialidad. Él participa de sus preocupaciones y problemas, entra en sus casas, conoce y trata a los familiares de los suyos. Es bonito ver al Maestro que viene a la casa de Pedro a curar a su suegra, a quitar la fiebre a esa pobre viejecita que sufría, seguramente por verse incapaz de ayudar y dando trabajo a los demás.

Qué contenta debió sentirse al verse curada. Cómo sonreirían los discípulos al verla afanosa por servir al Maestro y los que le acompañaban. Es una escena entrañable de la vida familiar, que Jesús bendice con su presencia bienhechora. Lección de buenas relaciones entre quienes con alguna frecuencia hay desavenencias y celos, cuando no rencor e incomprensión. El Señor nos enseña a preocuparnos por los ancianos enfermos. La suegra de Pedro nos anima con su ejemplo a saber servir, también cuando los muchos años pesan.

Continúa el texto evangélico diciendo que la gente se agolpaba para ver a Jesús. Podemos afirmar que también ahora las muchedumbres se sienten atraídas por el Señor y acuden tras de él, ansiosas de su palabra y de su consuelo, necesitadas de la curación de tantas llagas como a veces laceran el corazón humano. El Señor sigue intercediendo por la Humanidad doliente. Sus manos siguen bendiciendo por medio de su máximo representante, el Sumo Pontífice, así como a través del más humilde de sus sacerdotes. Su Palabra sigue descendiendo como lluvia suave sobre nuestra tierra reseca, para limpiar y fecundar, para despertarnos a la vida y a la esperanza.

Nos dice luego el pasaje que hoy contemplamos que Jesús, aunque asediado por las multitudes, buscaba el silencio para orar a Dios por los hombres. También nosotros, a pesar de estar metidos en tantas tareas humanas, hemos de buscar el silencio para escuchar a Dios, para hablarle sin palabras quizás. De lo contrario la vorágine de los días y las cosas nos envolverá, arrastrándonos hacia la superficialidad y el vacío interior.

Aunque parezca un contrasentido, para llegar al corazón del hombre tenemos que penetrar primero en el de Dios. Y esto sólo se consigue a través de la oración, sobre todo de la mental, la que nos pone en sintonía con el sentir de Dios, la que nos alcanza su perspectiva luminosa.

(Por el Padre Antonio García-Moreno)

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