"El Padre del Cielo no
quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños" (Mt 18,14)
¡Ven, Señor Jesús, busca a tu siervo, busca a tu oveja fatigada, ven, Pastor!... Mientras tú te retrasas por los montes, tu oveja va errante. Deja, entonces, a las noventa y nueve restantes, que son tuyas y ven a buscar a la única que se ha perdido. Ven sin hacerte ayudar, sin hacerte anunciar, ahora es a ti a quien espero. No tomes un látigo, toma tu amor. Ven con la suavidad de tu Espíritu. No dudes en dejar en los montes a las noventa y nueve ovejas que ya son tuyas. Sobre las cumbres en que las has puesto, los lobos no tienen acceso a ellas... Ven a mi, que me he extraviado quedando lejos de los rebaños de allá arriba. Porque también a mi me habías colocado con ellas, pero los lobos de la noche me han hecho abandonar tus apriscos.
¡Búscame, Señor, puesto que mi oración te busca! ¡Búscame, encuéntrame, levántame, llévame! Al que tú buscas, puedes encontrarlo, al que encuentras, dígnate levantarlo, al que levantas, llévalo sobre tus hombros. Esta carga de tu amor, jamás te es pesada, y sin cansarte te haces el pagador de la justicia. Ven, Señor, porque si es verdad que me extravío, "no he olvidado tu palabra" (cf. Sal 118,16), y sé que seré curado. Ven, Señor, tú eres el único capaz de llamar a tu oveja perdida. A las otras que vas a dejar, no les causarás ningún dolor, ya que también ellas estarán contentas de ver como regresa el pecador. ¡Ven, y habrá salvación en la tierra y alegría en el cielo (Lc 15,7)!
No mandes a pequeños servidores, no mandes mercenarios, ven tú mismo a buscar a tu oveja. Levántame en esta misma carne de Adán. Por tu gesto, reconoce en mi, no al hijo de Eva sino al hijo de María, virgen pura, virgen por gracia, ... Después, llévame hasta tu cruz, ella es salvación de los extraviados, descanso de los fatigados, y de los mortales, es la única vida .
Fuente: San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
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