Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina…
La mirada atenta de Dios reconoce
las situaciones en las que se encuentran las personas. Lo hizo con Israel,
esclavo en Egipto. Lo hace Jesús, el Hijo de Dios, fiel en todo a la voluntad
del Padre, con el paralítico de la piscina de Betesda. Los clamores expresados por la voz que se
eleva a Dios o en la existencia misma que clama, quedando muy claros a la vista
de todos, no pasan desapercibidos para Dios. Jesús, que entra en el templo por
la Puerta de las Ovejas, encuentra allí a muchos enfermos. La diversidad de
situaciones queda patente. Pero sólo se dirige a uno. Dice el evangelista
“Sabiendo Jesús que llevaba mucho tiempo”. Será a él a quien haga una pregunta:
“¿Quieres quedar sano?”. Y la desolación se derrama ante Jesús. Hay muchos
enfermos, pero al parecer todos pueden movilizarse hacia la piscina al tiempo
que se remueve el agua. Este enfermo está sujeto, por la limitación física, a
su camilla. Nada puede hacer, precisa ayuda. Su contestación a la pregunta es
una dolorosa descripción de la frecuente actuación humana: “Señor, no tengo a
nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego
yo, otro se me ha adelantado”.
No tengo a nadie que me ayude. La
soledad en medio de mucha gente. La insolidaridad que desconoce a los
semejantes, incluso en situaciones similares. La desesperanza como realidad.
Pero allí, ante él, se presenta el que se ha hecho solidario con toda la
humanidad. Y cuando le ha formulado la pregunta, ha comenzado para él su tiempo
de gracia. “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Y la fe de aquel hombre
responde al mandato de Jesús. La fe pone en pie y la palabra de salvación ha
otorgado la fuerza para hacerlo. Aquel hombre ha experimentado que no estaba
dejado de la mano de Dios.
Pero hay otro problema más: el
sábado encasillado en una deformada lectura. Jesús actúa en sábado, porque
todos los días están hechos para el hombre y en ellos la gracia de Dios se
comunica, sana, salva. Para los judíos, para los cristianos, para todos los hombres,
la tentación de etiquetar excluyendo, es muy frecuente. Jesús rompe el esquema
y enseña que todos los días son ocasión de gracia y que los seres humanos
estamos llamados por Dios a ser instrumentos de gracia. Ser imitadores de Dios.
Aprender de las lecciones que Jesús ofrece.
¿Cómo comprendo yo el sentido
temporal de la gracia?
¿Soy solidario con los dolores y
expectativas de cada ser humano?
Fuente: Fr. Antonio Bueno Espinar
O.P., Convento de Santa Cruz la Real (Granada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario