La criatura saltó de alegría en
mi vientre
María, que acaba de recibir del ángel la noticia de su maternidad divina, corre de prisa a casa de Isabel, a ofrecerle su ayuda en la espera de su hijo. La Virgen María, llena de gracia y a la vez servicial para con los demás.
Y así se produce el encuentro entre dos mujeres sencillas que han sido alcanzadas por Dios, las dos bendecidas y colmadas de la vida que viene de Dios: María, la joven que lleva en sí al Hijo que Dios dona a la humanidad, e Isabel, anciana y estéril, que ahora conoce la dicha de un embarazo considerado imposible. Las dos se muestran totalmente disponibles a la voluntad de Dios.
María lleva en su seno al Salvador y llena de su alegría a Isabel y al hijo que salta en sus entrañas, el que será el precursor de Jesús, Juan Bautista. E Isabel, «llena del Espíritu Santo», la proclama «dichosa porque ha creído».
Ahora nos toca a nosotros, a ejemplo de María y de su pariente Isabel, abrir el corazón a la acción gozosa y fecunda del Espíritu y responder al don de Dios. Para ello debemos tener ojos de fe, y saber reconocer la presencia de Dios en las personas y los acontecimientos de la vida, como Isabel y María supieron reconocer la presencia del misterio en sus respectivas experiencias; saber ver a Dios actuando en nuestra vida de cada día, en las personas que nos rodean.
A la vez deberíamos ser, en estos días, portadores de esa alegría a los demás; saliendo de nosotros mismos para transmitir la experiencia de Dios, en un mundo que no conoce demasiado la gratuidad del amor. Si lo hacemos así la Navidad será una experiencia gozosa, porque Dios se ha hecho uno de nosotros dándonos a su Hijo y porque nos hemos convertido todos en hermanos e hijos del mismo Padre.
Fuente: Sor Cristina Tobaruela O. P. , Monasterio de las Dueñas (Salamanca)
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