«Orar sin desfallecer» (Lc 18,1).
«Orad sin cesar» nos manda el apóstol Pablo (1 Tes 5,17). Recordando este precepto, Clemente de Alejandría, escribe: «Se nos ha mandado alabar y honrar al Verbo, que sabemos es el Salvador y el Rey, y por él, al Padre, y no tan sólo unos días escogidos, como lo hacen otros, sino constantemente a lo largo de toda nuestra vida y de todas las maneras posibles».
En medio de las ocupaciones de la jornada, en el momento de vencer la tendencia al egoísmo, cuando experimentamos el gozo de la amistad con otros hombres, en todos esos momentos el cristiano debe encontrarse con Dios. El cristiano, por Cristo y en el Espíritu Santo accede a la intimidad con Dios Padre, recorre su camino buscando ese reino que, a pesar de no ser de este mundo (Jn 18,36), se prepara y comienza ya en este mundo.
Es necesario encontrarse frecuentemente con Cristo, en la Palabra y en el Pan, en la eucaristía y en la oración. Y encontrarse frecuentemente con él tal como se frecuenta a un amigo, un ser real y viviente como es Cristo puesto que está resucitado… Cristo, Cristo resucitado, es el compañero, es el Amigo. Un compañero que sólo se deja ver en la penumbra, pero cuya realidad llena toda nuestra vida y nos hace desear su compañía definitiva. El Espíritu y la Esposa dicen: « ¡Ven!» Y el que oiga, diga: « ¡Ven!» Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de la vida… Dice el que da testimonio de todo esto: «Sí, vengo pronto.» ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22,17.20).
Fuente: San Josemaría Escrivá de Balaguer, presbítero
No hay comentarios:
Publicar un comentario