Un cristiano debe ser santo
“Sean santos porque yo soy santo” (Lv 19,2), nos dice el Señor. ¿Por qué Dios nos dio un mandamiento semejante? Porque somos sus hijos y si el padre es santo, los hijos deben serlo también. Sólo los santos pueden esperar la felicidad de ir a gozar de la presencia de Dios, que es la santidad misma. Ser cristiano y vivir en el pecado es una contradicción monstruosa. Un cristiano debe ser santo.
He aquí la verdad que la Iglesia no cesa de repetirnos. Para que se grabe en nuestro corazón, nos presenta un Dios infinitamente santo, santificando una multitud infinita a ver a Dios y a poseerlo. Pero únicamente tendrán esa felicidad si durante de santos. Estos santos parecen decirnos: “Recuerden cristianos, que están destinados sus vidas mortales han esbozado su imagen, su perfección y particularmente su santidad, sin la cual nadie puede ver a Dios”. Pero si la santidad de Dios parece más allá de nuestras fuerzas, consideremos esa multitud de criaturas bienaventuradas, de toda edad, sexo y condición. Ellas están sujetas a las mismas miserias que nosotros, sometidas a los mismos peligros, expuestas a los mismos pecados, atacadas por los mismos enemigos, rodeadas de los mismos obstáculos. Entonces, lo que ellas pudieron hacer, lo podemos también nosotros. No tenemos ninguna excusa para dispensarnos de trabajar para nuestra salvación, para devenir santos. (…)
Concluyamos diciendo que si lo queremos, podemos ser santos, ya que el buen Dios no nos negaría su gracia para ayudarnos a devenirlo. Es nuestro Padre, nuestro Salvador, nuestro Amigo. Quiere con ardor vernos librados de los males de la vida. Nos llena de toda clase de bienes, después de habernos dado, ya en este mundo, inmensas consolaciones, gustando por anticipado algo de las consolaciones del cielo, que les deseo a todos.
Fuente: San Juan María Vianney (1786-1859), presbítero, párroco de Ars
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