La oración debe ser sobre todo
tenaz: como el personaje de la parábola que, teniendo que acoger un huésped que
llega de improviso, en mitad de la noche va a llamar a un amigo y le pide pan.
El amigo responde: “¡no!”, porque ya está en la cama, pero él insiste e insiste
hasta que no le obliga a alzarse y a darle el pan (cfr. Lc 11,5-8). Una
petición tenaz. Pero Dios es más paciente que nosotros, y quien llama con fe y
perseverancia a la puerta de su corazón no queda decepcionado. Dios siempre
responde. Siempre. Nuestro Padre sabe bien qué necesitamos; la insistencia no
sirve para informarle o convencerle, sino para alimentar en nosotros el deseo y
la espera. (…) La enseñanza del Evangelio es clara: se debe rezar siempre,
también cuando todo parece vano, cuando Dios parece sordo y mudo y nos parece
que perdemos el tiempo. Incluso si el cielo se ofusca, el cristiano no deja de
rezar. Su oración va a la par que la fe. Y la fe, en muchos días de nuestra
vida, puede parecer una ilusión, un cansancio estéril. Hay momentos oscuros, en
nuestra vida y en esos momentos la fe parece una ilusión. Pero practicar la
oración significa también aceptar este cansancio. (…) En estas noches de la fe,
quien reza nunca está solo. Jesús de hecho no es solo testigo y maestro de oración,
es más. Él nos acoge en su oración, para que nosotros podamos rezar en Él y a
través de Él. Y esto es obra del Espíritu Santo. Es por esta razón que el
Evangelio nos invita a rezar al Padre en el nombre de Jesús. (Audiencia
general, 11 de noviembre de 2020)
Fuente: Francisco, papa.
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