Hoy, el Evangelio nos ofrece dos
puntos principales para la reflexión personal. En primer lugar, nos dice que
«cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó
la decisión de ir a Jerusalén» (Lc 9,51). El verbo que usa san Lucas significa
“completar”, “consumar”; Jesús lleva a plenitud el tiempo marcado por el Padre
para completar su misión salvífica mediante la crucifixión, muerte y
resurrección. Después va a ser glorificado, “llevado al cielo”. Ante esta
perspectiva, Jesucristo «tomó la decisión de subir a Jerusalén», es decir la
firme decisión de amar al Padre realizando su voluntad redentora. Jesús muere
en la cruz diciendo: «Todo está cumplido» (Jn 19,30). El Señor ha vivido para
cumplir la voluntad del Padre, y ha mantenido esa actitud de fidelidad hasta la
muerte.
Así debemos vivir también nosotros aunque experimentemos en el camino hacia Dios la oposición o el rechazo, el desprecio o la marginación por ser fieles al Señor. Dice el Papa Francisco: «El verdadero progreso de la vida espiritual no consiste en multiplicar los éxtasis, sino en ser capaces de perseverar en los tiempos difíciles: camina, camina, camina; si estás cansado detente un poco y luego vuelve a caminar, con perseverancia».
En segundo lugar, ante el rechazo de los samaritanos, Santiago y Juan quieren hacer descender fuego del cielo (cf. Lc 9,54). El Señor les reprende por su celo indiscreto. Debemos recordar la paciencia que Dios tiene con nosotros, y ser pacientes con nuestros hermanos en su camino hacia Dios, aunque no respondan inmediatamente a su gracia. Dios quiere que todos los hombres se salven y ha entregado a su Hijo único en la cruz por todos. Dios agota todas las posibilidades de acercarse a cada hombre, y espera con paciencia divina el momento en el que cada corazón se abre a su Misericordia.
Fuente: Rev. D. Félix LÓPEZ SHM, (Alcalá de Henares, España)
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