«Se conmovió de compasión por ellos, porque eran como ovejas sin pastor»
«¿Dónde llevas a pastorear tu
rebaño», oh buen pastor, que lo llevas todo entero sobre tus espaldas? Porque
la raza humana entera es un único rebaño que tú has cargado sobre tus espaldas.
Dime el lugar donde pacen, dame a conocer las aguas donde reposa, llévame a mi
donde está la hierba crecida, llámame por mi nombre, para que yo, que soy oveja
tuya, oiga tu voz, y tu voz sea para mí la vida eterna.
Sí, «dímelo tú, a quien ama mi
alma». Es así como te nombro, porque tu nombre está por encima de todo nombre,
inexpresable e inaccesible a toda criatura dotada de razón. Pero este nombre,
testigo de mis sentimientos hacia ti, expresa tu bondad. ¿Cómo no voy a amarte
a ti que me has amado primero, cuando todavía era totalmente negra, hasta el
punto de dar tu vida por tus ovejas de la que tú eres el pastor? No es posible
imaginar amor más grande que el de quien ha dado la vida por mi salvación.
Dime, pues, «dónde llevas a pacer
tu rebaño», que pueda yo encontrar el pasto de salvación, hartarme del alimento
celestial del que todo hombre debe comer si quiere entrar en la vida, correr
hacia ti, que eres la fuente, y beber a grandes sorbos el agua divina que tú
mismo haces brotar para los que tienen sed. Esta agua se derrama de tu costado
después que la lanza ha abierto en él una llaga, y cualquiera que la guste
llega a ser una fuente que mana hasta la vida eterna.
Fuente: San Gregorio de Nisa (c.
335-395), monje, obispo
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