Cuando recéis, no uséis muchas palabras
No es malo el consejo sobre el
modo de rezar y es bien necesario ahora, entonces y en el futuro. Estamos
creídos de que podemos convencer a Dios con palabras, puede que bellas, llenas
de superlativos elogiosos, y muy poéticas, pero absolutamente innecesarias y
vacías. Esto parece demostrar que nuestra fe está condicionada por nuestros
sentimientos puramente humanos. No terminamos de creernos que Dios siempre está
pendiente de nuestras necesidades, que él las conoce antes de que se produzcan
y ya nos ha dado medios para solucionar problemas y necesidades.
El Padre Nuestro que Jesús nos
enseña hoy pierde importancia cuando lo rezamos de forma rutinaria, sin tener
presente todo el poder de su contenido. Decimos “Padre nuestro”, pero lo
hacemos de forma que no trasluce la fraternidad universal que indica. Nos
alivia un poco que “esté en el cielo”; si podemos colocarlo allá, arriba nos lo
quitamos de delante y puede que tenga menos importancia. No nos cuesta
“Santificar el Nombre el Señor”, le hacemos un templo hermoso, una bella
ceremonia, …y santificado queda. Pedimos a boca llena que venga a nosotros su
reino, pero no ponemos nada de nuestra parte para que eso sea posible.
Seguimos pidiendo que se haga su
voluntad en la tierra como en el cielo, pero procuramos esconder nuestra
responsabilidad en que esto suceda. Lo dejamos en manos de Dios y que él, con
su inmenso poder, lo haga. Es nuestra voluntad la que nos interesa y así parece
que le pidamos al Padre que sea su voluntad la que nosotros tenemos o queremos.
Sí, pedimos con alegría que nos dé el pan de cada día, pero puede que queramos ese
pan para atesorarlo, cuando solo somos depositarios temporales y obligados a
repartir y compartir con los hermanos. Pedimos a Dios que solucione el hambre
del mundo, y decimos muy devotos: “Te lo pedimos, Señor”, con lo que le pasamos
el problema y nos desentendemos. Se nos olvida que él nos ha dicho varias
veces: “dadles vosotros de comer”.
Y rematamos pidiendo que perdone
nuestras ofensas como nosotros perdonamos, mientras cambiamos de banco en el
templo para evitar dar la paz a ese que nos cae mal y del que no olvidamos sus
“ofensas”. No tenemos en cuenta que Dios no perdonará nuestras ofensas sin que
vaya delante nuestro perdón a posibles ofensores. Y pedimos que nos libre del
mal, pero no hacemos nada por evitarlo; nos quejamos de Dios porque tenemos un
cáncer en el pulmón, pero nos olvidamos de cómo hemos fumado y lo seguimos
haciendo. Y seguimos cayendo en la tentación una y otra vez porque no ponemos
en juego las posibilidades que Dios puso en nosotros desde siempre.
A lo mejor tendríamos que pensar
un poco a qué nos comprometemos antes de rezar el Padre nuestro.
Fuente: D. Félix García O.P. Fraternidad
de Laicos Dominicos de Viveiro (Lugo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario