“¡Alabad a Dios en su templo...que todo ser viviente alabe al Señor!” (Sal.150)
En la Antigua Alianza ya existía
una cierta comprensión del carácter eucarístico de la oración. La obra
prodigiosa de la tienda de la alianza (Ex 25) como, más tarde, la del templo de
Salomón, fue considerada como la imagen de toda la creación reunida entorno a
su Señor para adorarlo y servirle... Así mismo, según el relato de la creación,
el cielo ha sido desplegado como un toldo, los entramados constituían las
paredes de la tienda. Así como las aguas de debajo de la tierra fueron
separadas de las de encima de la tierra, la cortina del templo separaba el
lugar santo del espacio exterior... El candelabro de siete brazos es figura de
las luminarias del cielo. Los corderos y los pájaros representan la creación de
los seres vivos que pueblan el agua, la tierra y los aires. Y del mismo modo
que la tierra fue confiada al cuidado del hombre, al gran sacerdote le compete
estar en el santuario...
En el lugar del templo de
Salomón, Cristo ha construido un templo de piedras vivas (1Pe 2,5), la comunión
de los santos. Cristo está en su centro como el sumo sacerdote eterno y sobre
el altar está él mismo como sacrificio ofrecido eternamente. Toda la creación
participa de esta liturgia solemne: los frutos de la tierra como ofrendas
misteriosas, las flores y los candelabros, los tapices y la cortina del templo,
el sacerdote consagrado así como unción y bendición de la casa de Dios.
Los querubines no están tampoco
ausentes. Sus figuras esculpidas por los artistas montan guardia junto al
Santísimo. Ahora, los monjes, imágenes vivientes de los ángeles, hacen guardia
alrededor del altar para que la alabanza a Dios no cese nunca, ni en la tierra
ni en el cielo... Sus cantos de alabanza matutina despiertan la creación desde
la aurora para que se una toda ella a enaltecer al Señor: montañas y colinas,
ríos y corrientes de agua, mares y vientos, así como todo lo que se mueve en
ellos, lluvia y nieve, todos los pueblos de la tierra, todos los hombres de todas
las condiciones y de todas las razas, y por fin, los habitantes del cielo, los
ángeles y los santos (Dn 3,57-90)... Nos debemos unir, en la liturgia, a esta
alabanza eterna de Dios. “Nosotros” ¿quiénes somos nosotros? No se trata
solamente de los monjes y monjas..., sino de todo el pueblo cristiano.
Fuente: Santa Teresa Benedicta de
la Cruz, Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de
Europa
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