Cuando llegamos a captar la grandeza de Dios y nuestra pequeñez, cuando experimentamos nuestros pecados y percibimos que, a pesar de todo, el amor de Dios nos abraza, podemos llegar a sentir temor. Cuando la cruz se hace pesada y nos cuesta creer con fe viva, entonces nos da miedo el sufrir… El evangelio nos enseña que no debemos concentrarnos en nuestros propios límites sino que debemos abandonarnos en el Señor. Él nos da el don de su Espíritu Santo y con su gracia podemos convertirnos en apóstoles intrépidos y en predicadores incansables del evangelio. El cristiano no teme, confía. El Espíritu Santo es el que vence nuestros miedos, Él es el que nos convence de que estamos en las manos del que es sólo Amor y que en todo momento nos acompaña. Suceda lo que suceda, tenemos a nuestro lado la Misericordia. Pidámosle al Espíritu Santo que nos libre del miedo a la cruz, del miedo al desprendimiento, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a perder nuestra vida para darla por Cristo.
(Fuente nocetnam: Regnum Christi)
No hay comentarios:
Publicar un comentario