SAN PEDRO
San Pedro,
primer Papa, llamado también príncipe de los apóstoles, figura en primer lugar
en todas las enumeraciones de apóstoles del Nuevo Testamento (Mt 10, 3; Mc. 3,
18; Lc 6, 14; Hch 1, 13). Ocupa un lugar principal entre los Doce, siendo
protagonista de muchos episodios en el Evangelio. Nació en el pueblo galileo de
Betsadia. Junto con su hermano Andrés y los hijos de Zebedeo, se dedicaba al oficio
de pescador.
El nombre de Pedro era Simón. El Señor Jesús se lo cambia por Cefas, que quiere
decir "piedra" (Jn 1, 41-42). En uno de los pasajes más
significativos de la Escritura, vemos a Pedro afirmando que Jesús es "el
Cristo, el hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). En respuesta, el Señor Jesús lo
confirma como la "piedra" sobre la cual la Iglesia será edificada, le
otorga las llaves del Reino de los Cielos y la potestad de "atar y
desatar" (Mt 16, 18-19). Debido a esto se le representa popularmente con
un par de llaves, que son su atributo característico. Por ello también es
patrono de los porteros y fabricantes de llaves.
Junto con
Santiago y Juan, Pedro pertenecía al grupo de los más allegados a Jesús. Está
presente en el milagro de la resurrección de la hija de Jairo (Mt 9,18ss; Mc 5,
21ss; Lc 8,40ss), en el episodio de la transfiguración (Mt 17, 1-13; Mc. 19,
2-10; Lc 9, 28-36) y en la oración en el monte de Getsemaní (Mt 26, 36-45; Mc
14, 32-42). Suele también ser representado junto a San Juan debido a los varios
episodios en los cuales los dos aparecen asociados, especialmente la carrera al
sepulcro vacío (Jn 20, 1-10)
El Evangelio
nos lo presenta como un hombre de carácter impetuoso e impulsivo. Reprende al
Señor cuando Él les habla sobre su pasión, con lo que se gana el reproche del
Maestro, quien lo llama "Satanás" (Mt 16, 21-24). Le pide a Jesús que
le mande caminar sobre las aguas hacia Él (Mt 14, 28-31). No quiere que Cristo
le lave los pies en la Ultima Cena (Jn 13, 6-9) y le promete que no lo
abandonará y lo seguirá hasta la muerte. El Señor le dice que antes de que
cante el gallo, Pedro lo negará tres veces (Mt 26, 33-34; Mc 14, 29-30; Lc 22,
33-34; Jn 13, 37-38).
El episodio de
la negación de San Pedro es conmovedor. Nos lo presenta negando tres veces que
conoce al Jesús por miedo a los judíos. Inmediatamente después canta el gallo y
él recuerda las palabras que el Señor le había dicho. La mirada del Señor se
cruza con la de San Pedro, y este último sale fuera, llorando amargamente en actitud
arrepentida (Lc 22, 54-62). Por sus negaciones, es representado a veces en
actitud de jurar o llorando. Por ello también los penitentes lo invocan como
patrono.
Luego de la
resurrección, el Señor se manifiesta a sus discípulos a orillas del lago Tiberiades.
En este episodio el Señor perdona a Pedro y lo afirma tres veces en su misión,
en contraposición a la triple negación del Apóstol. También le predice el
martirio que va a sufrir (Jn 21, 15-18).
A San Pedro no
se le suele representar con un cayado como a otros santos obispos. En cambio,
siempre lleva una cruz a modo de báculo pastoral. Incluso hasta hoy, el Papa no
usa báculo como los otros obispos, sino una cruz a modo de cayado. Esto se debe
a una tradición que señala que San Pedro había dado su báculo a los discípulos
de San Materno, que resucitaron con él a su maestro. Este báculo estuvo en
Colona hasta el siglo X, luego se partió por la mitad, y una parte se entregó a
la ciudad de Tréveris. Esta tradición la recoge Santo Tomás de Aquino en la Suma
Teológica: "el Romano Pontífice no usa báculo, porque Pedro lo envió para
resucitar a uno de sus discípulos, que después fue consagrado obispo de
Tréveris" (Suma Teológica, Parte III, cuestión XL, artículo VII, respuesta
a la objeción 8ª). En el mismo lugar, Santo Tomás alega otro motivo por el cual
el Papa no lleva báculo: "para manifestar que no tiene una potestad
restringida, lo cual significa la curvatura del báculo".
San Pedro fue
obispo de Antioquia y posteriormente obispo de Roma, donde estableció su sede y
fue martirizado en tiempos del emperador Nerón. Así lo estiman tres Padres de
la Iglesia: San Ireneo, San Clemente de Alejandría y Tertuliano. Fue condenado
a ser crucificado, pero considerándose indigno de morir como el Señor pidió ser
clavado cabeza abajo. De ahí otra representación del Apóstol y su atributo
típico de una cruz dada vuelta. Fue sepultado en lo que hoy es el Vaticano
donde aun se encuentran su restos bajo el altar mayor de la basílica de San
Pedro. Esto ha sido comprobado en los encuentros arqueológicos y anunciado por
Pío XII al concluir el año santo de 1950
Aunque la
tradición que señala que San Pedro y San Pablo compartieron la misma prisión no
es segura, se sabe que ambos murieron mártires en Roma en la misma época, hacia
el año 67. La Iglesia los ha venerado siempre juntos y les dedica una única
solemnidad el 29 de junio. Esta fecha puede tener su origen en el traslado de
los restos de ambos apóstoles a un mismo lugar de culto, en la Vía Appia, hacia
el año 254, antes de que cada apóstol tuviera su propio templo (primero San
Pablo en la Vía Ostiense y luego San Pedro en la Colina Vaticana).
Los únicos
escritos que poseemos de San Pedro se encuentran en el Nuevo Testamento, y son
sus dos epístolas. Se piensa que ambas fueron dirigidas a los convertidos del
Asia Menor. La primera epístola concluye mandando saludos de parte de la
Iglesia situada en Babilonia, lo cual prueba que fue escrita desde Roma, que en
esos tiempos era llamada Babilonia por los judíos.
Se han
encontrado muchos escritos en las catacumbas que unen los nombres de San Pedro
y San Pablo, mostrando que la devoción popular a estos grandes Apóstoles
comenzó en los primeros siglos. Pinturas muy antiguas nos describen a San Pedro
como un hombre energético, pelo crespo y barba. En el arte sus emblemas
tradicionales son un barco, llaves y un gallo.
SAN PABLO
Saulo (también llamado Saulo de Tarso, San Pablo Apóstol, el Apóstol de los Gentiles y San Pablo de Tarso) Apóstol del cristianismo que él transformó en religión universal (Tarso, Cilicia, h. 4/15 - Roma ?, h. 64/68). Era hijo de judíos fariseos de cultura helenística y con ciudadanía romana. Fue contemporáneo de Jesucristo e incluso estuvo en Jerusalén en la misma época que él, aunque probablemente no se conocieron.
Pablo tenía una sólida formación teológica, filosófica, jurídica, mercantil y lingüística (hablaba griego, latín, hebreo y arameo). Participó en las primeras persecuciones contra los cristianos. Pero durante un viaje a Damasco, poco después de la crucifixión de Jesucristo, se convirtió a la nueva fe, que por entonces era considerada una secta herética del judaísmo (según su propio relato, fue el mismo Jesús el que se le apareció).
Desde entonces San Pablo se convirtió en el más ardiente propagandista del cristianismo, al que contribuyó a extender más allá del pueblo judío, entre los gentiles: viajó como misionero por Grecia, Asia Menor, Siria y Palestina; y escribió misivas (las encíclicas) a diversos pueblos del entorno mediterráneo.
Los escritos de San Pablo adaptaron el mensaje de Jesús a la cultura helenística imperante en el mundo mediterráneo, facilitando su extensión fuera del ámbito cultural hebreo en donde había nacido. Al mismo tiempo, esos escritos constituyen una de las primeras interpretaciones del mensaje de Jesús, razón por la que contribuyeron de manera decisiva al desarrollo teológico del cristianismo (se atribuyen a San Pablo más de la mitad de los libros del Nuevo Testamento).
Saulo de Tarso fue
educado en el fariseísmo, una de las facciones del judaísmo del siglo I. Como
él mismo narra en uno de sus escritos, la Carta a los Gálatas, su celo por el
judaísmo le llevó a perseguir al naciente grupo de los cristianos (Ga 1,13-14),
a los que consideraba contrarios a la pureza de la religión judía, hasta que en
una ocasión, camino de Damasco, Jesús mismo se le reveló y le llamó para
seguirle, como antes había hecho con los apóstoles. Saulo respondió a esta
llamada bautizándose y dedicando su vida a la difusión del evangelio de
Jesucristo (Hch 26,4-18).
La conversión de
Pablo es uno de los momentos clave de su vida, porque es precisamente entonces
cuándo empieza a entender lo que es la Iglesia como cuerpo de Cristo: perseguir
a un cristiano es perseguir a Jesús mismo. En ese mismo pasaje, Jesús se
presenta como “Resucitado”, situación que espera a todos los hombres tras la
muerte si uno sigue las huellas de Jesús mismo, y como “Señor”, remarcando su
carácter divino, ya que la palabra que se usa para denominar al “señor”, kyrie,
se aplica en la Biblia griega a Dios mismo. Podemos decir, pues, que Pablo
recibió el evangelio a predicar de Jesús mismo, aunque luego, también ayudado
por la gracia y la propia reflexión, supo sacar de esa primera luz muchas de
las principales implicaciones del evangelio, tanto para una mayor comprensión
del misterio divino como para mostrar sus consecuencias para la condición y el obrar
de los hombres sin fe y con fe en Cristo.
Pablo, en el momento
de su conversión, es presentado con rasgos de profeta al que se le asigna una
misión muy concreta. Como dice otro de los libros del Nuevo Testamento, los
Hechos de los Apóstoles, el Señor dijo a Ananías, el que había de bautizar a
Pablo: “Vete, porque éste es mi instrumento elegido para llevar mi nombre ante
los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que deberá
sufrir a causa de mi nombre” (Hch 9,15-16). El Señor también dijo al mismo
Pablo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie,
porque me he dejado ver por ti para hacerte ministro y testigo de lo que has
visto y de lo que todavía te mostraré. Yo te libraré de tu pueblo y de los
gentiles a los que te envío, para que abras sus ojos y así se conviertan de las
tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los
pecados y la herencia entre los santificados por la fe en mí” (Hch 26,15-18).
San Pablo llevó a
cabo su misión de predicar el camino de la salvación realizando viajes
apostólicos, fundando y fortaleciendo comunidades cristianas en las diversas
provincias del Imperio Romano por las que pasaba: Galacia, Asia, Macedonia,
Acaya, etc. Los escritos del Nuevo Testamento nos presentan a un Pablo escritor
y predicador. Cuando llegaba a un sitio, Pablo acudía a la sinagoga, lugar de
reunión de los judíos, para predicar el evangelio. Después, acudía a los
paganos, esto es, los no judíos.
Después de dejar
algunos lugares, ya sea por haber dejado la predicación inconclusa, ya sea para
responder a las preguntas que le enviaban desde esas comunidades, Pablo empezó
a escribir cartas, que pronto serían recibidas en las iglesias con una
particular reverencia. Escribió cartas a comunidades enteras y a personas
singulares. El Nuevo Testamento nos ha transmitido 14, que tienen su origen en
la predicación de Pablo: una Carta a los Romanos, dos Cartas a los Corintios,
una Carta a los Gálatas, una Carta a los Efesios, una Carta a los Filipenses,
una Carta a los Colosenses, dos Cartas a los Tesalonicenses, dos Cartas a
Timoteo, una Carta a Tito, una Carta a Filemón y una Carta a los Hebreos.
Aunque no son de fácil datación, podemos decir que la mayoría de estas cartas
fueron escritas durante la década que va del año 50 al 60.
El centro del
mensaje predicado por Pablo es la figura de Cristo desde la perspectiva de lo
que ha realizado cara a la salvación de los hombres. La Redención obrada por
Cristo, cuya acción se pone en relación muy estrecha con la del Padre y con la
del Espíritu, marca un punto de inflexión en la situación del hombre y en su
relación con Dios mismo. Antes de la redención, el hombre caminaba en el
pecado, cada vez más alejado de Dios; pero ahora está el Señor, el Kyrios, que ha
resucitado y ha vencido la muerte y el pecado, y que constituye una sola cosa
con los que creen y reciben el bautismo. En este sentido, se puede decir que la
clave para entender la teología paulina es el concepto de conversión
(metánoia), como paso de la ignorancia a la fe, de la Ley de Moisés a la ley de
Cristo, del pecado a la gracia.
Pablo es el nombre
griego de Saulo, hombre de raza hebrea y de religión judía, oriundo de Tarso de
Cilicia, ciudad situada en el sureste de la actual Turquía, que vivió en el
siglo I después de Cristo. Pablo fue, por tanto, contemporáneo de Jesús de
Nazaret, aunque presumiblemente no llegaron a encontrarse en vida.
Saulo de Tarso fue
educado en el fariseísmo, una de las facciones del judaísmo del siglo I. Como
él mismo narra en uno de sus escritos, la Carta a los Gálatas, su celo por el
judaísmo le llevó a perseguir al naciente grupo de los cristianos (Ga 1,13-14),
a los que consideraba contrarios a la pureza de la religión judía, hasta que en
una ocasión, camino de Damasco, Jesús mismo se le reveló y le llamó para
seguirle, como antes había hecho con los apóstoles. Saulo respondió a esta
llamada bautizándose y dedicando su vida a la difusión del evangelio de
Jesucristo (Hch 26,4-18).
La conversión de
Pablo es uno de los momentos clave de su vida, porque es precisamente entonces
cuándo empieza a entender lo que es la Iglesia como cuerpo de Cristo: perseguir
a un cristiano es perseguir a Jesús mismo. En ese mismo pasaje, Jesús se
presenta como “Resucitado”, situación que espera a todos los hombres tras la
muerte si uno sigue las huellas de Jesús mismo, y como “Señor”, remarcando su
carácter divino, ya que la palabra que se usa para denominar al “señor”, kyrie,
se aplica en la Biblia griega a Dios mismo. Podemos decir, pues, que Pablo
recibió el evangelio a predicar de Jesús mismo, aunque luego, también ayudado
por la gracia y la propia reflexión, supo sacar de esa primera luz muchas de
las principales implicaciones del evangelio, tanto para una mayor comprensión
del misterio divino como para mostrar sus consecuencias para la condición y el
obrar de los hombres sin fe y con fe en Cristo.
Pablo, en el momento
de su conversión, es presentado con rasgos de profeta al que se le asigna una
misión muy concreta. Como dice otro de los libros del Nuevo Testamento, los
Hechos de los Apóstoles, el Señor dijo a Ananías, el que había de bautizar a
Pablo: “Vete, porque éste es mi instrumento elegido para llevar mi nombre ante
los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que deberá
sufrir a causa de mi nombre” (Hch 9,15-16). El Señor también dijo al mismo
Pablo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie,
porque me he dejado ver por ti para hacerte ministro y testigo de lo que has
visto y de lo que todavía te mostraré. Yo te libraré de tu pueblo y de los
gentiles a los que te envío, para que abras sus ojos y así se conviertan de las
tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los
pecados y la herencia entre los santificados por la fe en mí” (Hch 26,15-18).
San Pablo llevó a
cabo su misión de predicar el camino de la salvación realizando viajes
apostólicos, fundando y fortaleciendo comunidades cristianas en las diversas
provincias del Imperio Romano por las que pasaba: Galacia, Asia, Macedonia,
Acaya, etc. Los escritos del Nuevo Testamento nos presentan a un Pablo escritor
y predicador. Cuando llegaba a un sitio, Pablo acudía a la sinagoga, lugar de
reunión de los judíos, para predicar el evangelio. Después, acudía a los
paganos, esto es, los no judíos.
Después de dejar
algunos lugares, ya sea por haber dejado la predicación inconclusa, ya sea para
responder a las preguntas que le enviaban desde esas comunidades, Pablo empezó
a escribir cartas, que pronto serían recibidas en las iglesias con una
particular reverencia. Escribió cartas a comunidades enteras y a personas
singulares. El Nuevo Testamento nos ha transmitido 14, que tienen su origen en
la predicación de Pablo: una Carta a los Romanos, dos Cartas a los Corintios, una
Carta a los Gálatas, una Carta a los Efesios, una Carta a los Filipenses, una
Carta a los Colosenses, dos Cartas a los Tesalonicenses, dos Cartas a Timoteo,
una Carta a Tito, una Carta a Filemón y una Carta a los Hebreos. Aunque no son
de fácil datación, podemos decir que la mayoría de estas cartas fueron escritas
durante la década que va del año 50 al 60.
El centro del
mensaje predicado por Pablo es la figura de Cristo desde la perspectiva de lo
que ha realizado cara a la salvación de los hombres. La Redención obrada por
Cristo, cuya acción se pone en relación muy estrecha con la del Padre y con la
del Espíritu, marca un punto de inflexión en la situación del hombre y en su
relación con Dios mismo. Antes de la redención, el hombre caminaba en el pecado,
cada vez más alejado de Dios; pero ahora está el Señor, el Kyrios, que ha
resucitado y ha vencido la muerte y el pecado, y que constituye una sola cosa
con los que creen y reciben el bautismo. En este sentido, se puede decir que la
clave para entender la teología paulina es el concepto de conversión
(metánoia), como paso de la ignorancia a la fe, de la Ley de Moisés a la ley de
Cristo, del pecado a la gracia.
Pablo es el nombre
griego de Saulo, hombre de raza hebrea y de religión judía, oriundo de Tarso de
Cilicia, ciudad situada en el sureste de la actual Turquía, que vivió en el
siglo I después de Cristo. Pablo fue, por tanto, contemporáneo de Jesús de
Nazaret, aunque presumiblemente no llegaron a encontrarse en vida.
Saulo de Tarso fue
educado en el fariseísmo, una de las facciones del judaísmo del siglo I. Como
él mismo narra en uno de sus escritos, la Carta a los Gálatas, su celo por el
judaísmo le llevó a perseguir al naciente grupo de los cristianos (Ga 1,13-14),
a los que consideraba contrarios a la pureza de la religión judía, hasta que en
una ocasión, camino de Damasco, Jesús mismo se le reveló y le llamó para
seguirle, como antes había hecho con los apóstoles. Saulo respondió a esta
llamada bautizándose y dedicando su vida a la difusión del evangelio de
Jesucristo (Hch 26,4-18).
La conversión de
Pablo es uno de los momentos clave de su vida, porque es precisamente entonces
cuándo empieza a entender lo que es la Iglesia como cuerpo de Cristo: perseguir
a un cristiano es perseguir a Jesús mismo. En ese mismo pasaje, Jesús se
presenta como “Resucitado”, situación que espera a todos los hombres tras la
muerte si uno sigue las huellas de Jesús mismo, y como “Señor”, remarcando su
carácter divino, ya que la palabra que se usa para denominar al “señor”, kyrie,
se aplica en la Biblia griega a Dios mismo. Podemos decir, pues, que Pablo
recibió el evangelio a predicar de Jesús mismo, aunque luego, también ayudado
por la gracia y la propia reflexión, supo sacar de esa primera luz muchas de
las principales implicaciones del evangelio, tanto para una mayor comprensión
del misterio divino como para mostrar sus consecuencias para la condición y el
obrar de los hombres sin fe y con fe en Cristo.
Pablo, en el momento
de su conversión, es presentado con rasgos de profeta al que se le asigna una
misión muy concreta. Como dice otro de los libros del Nuevo Testamento, los
Hechos de los Apóstoles, el Señor dijo a Ananías, el que había de bautizar a
Pablo: “Vete, porque éste es mi instrumento elegido para llevar mi nombre ante
los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que deberá
sufrir a causa de mi nombre” (Hch 9,15-16). El Señor también dijo al mismo
Pablo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie,
porque me he dejado ver por ti para hacerte ministro y testigo de lo que has
visto y de lo que todavía te mostraré. Yo te libraré de tu pueblo y de los
gentiles a los que te envío, para que abras sus ojos y así se conviertan de las
tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los
pecados y la herencia entre los santificados por la fe en mí” (Hch 26,15-18).
San Pablo llevó a
cabo su misión de predicar el camino de la salvación realizando viajes
apostólicos, fundando y fortaleciendo comunidades cristianas en las diversas
provincias del Imperio Romano por las que pasaba: Galacia, Asia, Macedonia,
Acaya, etc. Los escritos del Nuevo Testamento nos presentan a un Pablo escritor
y predicador. Cuando llegaba a un sitio, Pablo acudía a la sinagoga, lugar de
reunión de los judíos, para predicar el evangelio. Después, acudía a los
paganos, esto es, los no judíos.
Después de dejar
algunos lugares, ya sea por haber dejado la predicación inconclusa, ya sea para
responder a las preguntas que le enviaban desde esas comunidades, Pablo empezó
a escribir cartas, que pronto serían recibidas en las iglesias con una
particular reverencia. Escribió cartas a comunidades enteras y a personas
singulares. El Nuevo Testamento nos ha transmitido 14, que tienen su origen en
la predicación de Pablo: una Carta a los Romanos, dos Cartas a los Corintios,
una Carta a los Gálatas, una Carta a los Efesios, una Carta a los Filipenses,
una Carta a los Colosenses, dos Cartas a los Tesalonicenses, dos Cartas a
Timoteo, una Carta a Tito, una Carta a Filemón y una Carta a los Hebreos.
Aunque no son de fácil datación, podemos decir que la mayoría de estas cartas
fueron escritas durante la década que va del año 50 al 60.
El centro del
mensaje predicado por Pablo es la figura de Cristo desde la perspectiva de lo
que ha realizado cara a la salvación de los hombres. La Redención obrada por
Cristo, cuya acción se pone en relación muy estrecha con la del Padre y con la
del Espíritu, marca un punto de inflexión en la situación del hombre y en su
relación con Dios mismo. Antes de la redención, el hombre caminaba en el
pecado, cada vez más alejado de Dios; pero ahora está el Señor, el Kyrios, que
ha resucitado y ha vencido la muerte y el pecado, y que constituye una sola
cosa con los que creen y reciben el bautismo. En este sentido, se puede decir
que la clave para entender la teología paulina es el concepto de conversión
(metánoia), como paso de la ignorancia a la fe, de la Ley de Moisés a la ley de
Cristo, del pecado a la gracia.
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