Los leprosos acuden a Jesús pidiendo ayuda: imaginar la escena de esos hombres desesperados que, al saber que el Maestro anda cerca, acuden como última solución a su mal. Pero una vez que han conseguido lo que buscaban se olvidan, van a cumplir con el precepto de comunicarlo y solo uno, antes de ver a los sacerdotes, agradece lo que se ha hecho por él, vuelve a donde está Jesús alabando a Dios y dando gracias ¿No os suena? ¿No os ha pasado alguna vez?
En momentos de angustia, de dificultad, acudimos a Dios pidiendo ayuda, pero ¿Cuántas veces vamos a Él para darle gracias? Somos así, pero no solo en nuestras relaciones con Dios, sino en nuestro día a día. No somos agradecidos con los demás, nos olvidamos pronto de los favores que recibimos e incluso nos molesta que se nos recuerden. Y esa no debe ser nuestra actitud.
Dice un viejo refrán castellano: “Es de bien nacidos el ser agradecidos” Y así debe ser. Os propongo que al finalizar el día, en nuestra oración personal, repasemos lo acontecido y demos gracias a Dios por todas las cosas buenas que nos han ocurrido. Seamos como ese samaritano y no tengamos pudor en dar las gracias por los favores recibidos. Nuestra alma estará más sana.
Alabemos a Dios, bendigamos su acción sobre nosotros y contemos a los demás las maravillas que obra.
(Fuente Nocetnam: Fraternidad Laical de Santo Domingo, de Almagro).
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