jueves, 26 de julio de 2018

Comentario lectura evangelio 26/07/18

La vida discreta de María había de compaginarse con el silencio sobre sus antepasados. Sin embargo, la liturgia de la Iglesia parece intentar penetrar en ese silencio, no tanto para satisfacer nuestra curiosidad cuanto para darnos ocasión para celebrar los planes de Dios sobre la historia humana, que se había de convertir en una historia redimida.

«Alabemos a Joaquín y a Ana por su hija; en ella les dio el Señor la bendición de todos los pueblos».

Los protagonistas son los padres, pero el objeto de la alabanza es la providencia divina que, en María, prepara los caminos para la llegada del Salvador.

Procedentes de Galilea, se habrían trasladado pronto a Jerusalén donde vivirían en una casa cercana a la piscina Probática (o estanque de las ovejas), en la que Jesús curó a un hombre paralítico (In 5, 2). La actual iglesia de Santa Ana trata de evocar aquella tradición, aunque es cierto que subsiste también otra tradición que sitúa la vivienda de los padres de María precisamente en Séforis (Galilea).

La conmemoración de los santos Joaquín y Ana es una buena ocasión para recordar las raíces humanas de Jesús. En él, Dios se ha emparentado con la estirpe humana. El relato evangélico que se proclama en este día evoca las palabras con las que Jesús declara dichosos a sus contemporáneos por haber tenido la suerte de ver y oír lo que habían anhelado los profetas y los justos de otros tiempos.

Por otra parte, la imagen habitual de Santa Ana, acompañando a María y al pequeño Jesús, refleja, también para un tiempo de desentendimiento e individualismo, la necesaria relación y comprensión entre las generaciones. 

El día de hoy nos invita a hacer revivir en gratitud la memoria de los antepasados. No es extraño que esta fecha evoque con frecuencia entre los cristianos la presencia de los abuelos y la responsabilidad ética de ofrecer la necesaria atención integral a los ancianos

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