miércoles, 5 de noviembre de 2025

Comentario lectura evangelio 06/11/25

Dios va en busca de una oveja para la salvación de todas.

El mero hecho de encontrar un objeto que habíamos perdido nos llena de un gozo renovado cada vez. Y este gozo es más grande que el que experimentamos, antes de perderlo, cuando este objeto estaba bien guardado. Pero la parábola de la oveja perdida habla más de la ternura de Dios que de la manera como los hombres se comportan habitualmente. Y expresa una verdad profunda. Dejar lo que tiene importancia por amor a lo que hay de más humilde es propio del poder divino, no de la codicia humana. Porque Dios incluso hace existir lo que no existe; y va en busca de lo que está perdido aún cuidando lo que ha dejado en su lugar, y encuentra lo que se había perdido sin perder lo que tiene bajo su custodia.

He aquí porque este pastor no es de la tierra sino del cielo. La parábola no es, de ninguna manera, la representación del obrar humano, sino que esconde misterios divinos, tal como lo demuestran los nombres que, de entrada, menciona: “Si uno de entre vosotros, dice el Señor, tiene cien ovejas y pierde una”… Ved como la pérdida de una sola oveja ha hecho sufrir, dolorosamente, al pastor, como si el rebaño entero, privado de su protección hubiera tomado un mal camino. Por eso, dejando a las noventa y nueve restantes, va en busca de una sola, se ocupa de una sola, a fin de reencontrarlas y salvar a todas en ella.

Este hombre que posee cien ovejas, Cristo, es el buen pastor, el pastor misericordioso que agrupó a todo el género humano en una sola oveja, es decir, en Adán. Había colocado a la oveja en un paraíso delicioso y en una región de pastos abundantes. Pero ella, fiándose de los alaridos del lobo, olvidó la voz del pastor, perdió el camino que conduce al redil de la salvación y quedó lastimada con heridas mortales. Cristo ha venido al mundo a buscar la oveja y la encontró en el seno de la Virgen. Ha venido, ha nacido en la carne, ha colocado la oveja en la cruz, y la ha tomado sobre sus hombros en la pasión. Luego, lleno del gozo de la resurrección, la ha levantado, por su ascensión, hasta las moradas celestiales.

«… Reúne a sus amigas y vecinas» (Lc 15,9) es decir, a los ángeles y les dice: «¡Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido!» Los ángeles cantan de júbilo y exultan con Cristo por el retorno de la oveja del Señor. No se irritan al verla entronizada con majestad. Porque la envidia no existe en el cielo de donde ha sido arrojada junto con el diablo. Gracias al Cordero que quita el pecado del mundo, el pecado de la envidia ya no puede penetrar en los cielos.

Hermanos, Cristo ha venido a buscarnos a la tierra. ¡Busquémosle nosotros en el cielo! Nos ha llevado a la gloria de su divinidad. Llevémosle en nuestro cuerpo por la santidad de vida.

Fuente: San Pedro Crisólogo, obispo

martes, 4 de noviembre de 2025

Comentario lectura evangelio 05/11/25

"El que no lleva su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo"

Puesto que nuestra Cabeza subió a los cielos, conviene que sus miembros (Col. 2,19) sigan a su Maestro, pasando por el mismo camino que Él escogió. Porque "¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?" (Lc 24,26). Debemos seguir a nuestro Maestro, tan digno de amor, Él, que llevó el estandarte de la cruz delante de nosotros. Que cada hombre tome su cruz y le siga; y llegaremos allí dónde él está. ¡Aunque vemos que muchos siguen los caminos de este mundo para obtener honores irrisorios, y para esto renuncian a la comodidad física, a su hogar, a sus amigos, exponiéndose a los peligros de la guerra - todo esto para adquirir bienes exteriores! Resulta lógico y plenamente justo que nosotros hagamos una renuncia total para adquirir el bien puro que es Dios, y que de este modo sigamos a nuestro Maestro...

No es raro encontrar hombres que desean ser testigos del Señor en la paz, es decir, que todo resulte según sus deseos. De buena gana quieren llegar a ser santos, pero sin cansancio, sin aburrimiento, sin dificultad, sin que les cueste nada. Desean conocer a Dios, gustarlo, sentirlo, pero sin que haya amargura. Entonces, ocurre que en cuanto hay que trabajar, en cuanto aparece la amargura, las tinieblas y las tentaciones, en cuanto no sienten a Dios y se sienten abandonados interna y externamente, sus bellas resoluciones se desvanecen. Estos no son verdaderos testigos, testigos como los que necesita el Salvador... ¡Ojalá podamos librarnos de este tipo de búsqueda que carece de trabajos, amarguras y tinieblas y encontremos la paz en todo tiempo, incluso en la desgracia! Es ahí solamente donde nace la verdadera paz, la que permanece.

Fuente: Juan Taulero (c. 1300-1361), dominico en Estrasburgo

lunes, 3 de noviembre de 2025

Comentario lectura evangelio 04/11/25

«Insiste para que entre la gentel, hasta que mi casa esté llena»

Los invitados se excusan, siendo así que el Reino no se cierra a nadie, a no ser que se excluya él mismo por su palabra. En su clemencia, el Señor invita a todo el mundo, pero es nuestra desidia o nuestra desviación quien nos aleja de él. Aquel que prefiere comprar un terreno es ajeno al Reino; en tiempo de Noé, compradores y vendedores fueron tragados, por igual, por el diluvio (Lc 17,28)... Igualmente el que se excluye porque se ha casado, porque está escrito: “si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26)...

Así que, después del desprecio orgulloso de los ricos, Cristo se vuelve hacia los paganos; hace entrar a buenos y malos, para hacer crecer a los buenos y para mejorar las disposiciones de los malos... Invita a los pobres, a los enfermos, a los ciegos, lo cual os muestra que la enfermedad física no deja a nadie fuera del Reino, o bien que la enfermedad de los pecados, se cura por la misericordia del Señor...

Manda, pues, a las encrucijadas de los caminos a buscarlos, porque “la Sabiduría grita allí done los caminos se entrecruzan” (Pr 1,20). Los envía a las plazas, porque ha dicho a los pecadores que abandonen los caminos anchos y encuentren el camino estrecho que conduce a la vida (Mt 7,13). Los envía a las carreteras y a lo largo de los setos, porque son capaces de alcanzar el Reino de los Cielos aquellos que, no estando retenidos por los bienes de este mundo, se afanan hacia los venideros, comprometidos en el camino de la buena voluntad..., oponiendo la muralla de la fe, a las tentaciones del pecado.

Fuente: San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia

domingo, 2 de noviembre de 2025

Comentario lectura evangelio 03/11/25

Hoy, el Señor nos enseña el verdadero sentido de la generosidad cristiana: el darse a los demás. «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa» (Lc 14,12).

El cristiano se mueve en el mundo como una persona corriente; pero el fundamento del trato con sus semejantes no puede ser ni la recompensa humana ni la vanagloria; debe buscar ante todo la gloria de Dios, sin pretender otra recompensa que la del Cielo. «Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» (Lc 14,13-14).

El Señor nos invita a darnos incondicionalmente a todos los hombres, movidos solamente por amor a Dios y al prójimo por el Señor. «Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente» (Lc 6,34).

Esto es así porque el Señor nos ayuda a entender que si nos damos generosamente, sin esperar nada a cambio, Dios nos pagará con una gran recompensa y nos hará sus hijos predilectos. Por esto, Jesús nos dice: «Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo» (Lc 6,35).

Pidamos a la Virgen la generosidad de saber huir de cualquier tendencia al egoísmo, como su Hijo. «Egoísta. —Tú, siempre a “lo tuyo”. —Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo: en los demás, no ves hermanos; ves peldaños (...)» (San Josemaría).

Fuente: Fr. Austin Chukwuemeka IHEKWEME, (Ikenanzizi, Nigeria)

Comentario lectura evangelio 02/11/25

« El amor es fuerte como la muerte » (Ct 8,6)

El amor con el que Dios nos ama, ha desatado con su fuerza los lazos con los que la muerte nos tenía prisionera. Desde entonces, ella no puede retener ni un instante a los que toca. Porque “Cristo ha resucitado, primicias de los que se han adormecido” (1 Cor 15,20). Con la palabra de su promesa y el misterio, ejemplo y testimonio de su propia resurrección, Cristo nos confirma en la certeza que resucitaremos.

La muerte, capaz de quitarnos el don de la vida, es fuerte. El amor, que puede entregarnos a una vida mejor, es fuerte. La muerte es fuerte: su potencia puede despojarnos de nuestro cuerpo. El amor es fuerte: tiene el poder de arrancar a la muerte su botín y devolvérnoslo. La muerte es fuerte, ningún hombre puede resistirle. El amor es fuerte, tanto que triunfa sobre la muerte, aplasta su aguijón, detiene su ambición, invierte su victoria. Ella es burlada cada vez que se le dice: “Muerte, ¿Dónde está tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? (1 Cor 15,55). “El amor es fuerte como la muerte” (Ct 8,6), ya que la muerte de la muerte es el amor de Cristo, como lo sugiere esta palabra “Muerte, seré tu muerte; abismo, seré tu pérdida” (cf. Os 13,14).

El amor con el que amamos a Cristo, es poderoso como la muerte. Porque es como una muerte: la extinción de la vida antigua, la abolición de los vicios, el abandono  de las obras de la muerte. Este amor que tenemos por Cristo es como una respuesta al que nos lo trae, y aunque no sea igual, es a su imagen. Cristo nos ha amado primero y el ejemplo del amor que nos ha dado, es nuestro modelo y nuestro sello. Nosotros, tenemos que aceptar la impronta de su imagen, depositando la máscara terrestre y revistiendo la figura celestial. Amando a Cristo cómo él nos ha amado.

Fuente: Balduino de Ford (¿-c. 1190), abad cisterciense, después obispo

sábado, 1 de noviembre de 2025

Comentario lectura evangelio 01/11/25

La búsqueda de la felicidad

Felices los afligidos, porque serán consolados”.

No se trata de lágrimas sobre los que mueren según la ley de la naturaleza, sino de la muerte por el pecado y los vicios. (…)

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”.

Tenemos que comprender que no somos jamás bastante justos y debemos siempre tener hambre de obras de justicia.

Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia”.

La misericordia no se nota sólo en limosnas, sino más todavía en las ocasiones  con nuestros hermanos, llevando las cargas los unos de los otros.

Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios”.

Puros son los que no tienen pecado sobre su conciencia. El Puro se deja ver por el corazón puro. El templo de Dios no puede estar manchado.

Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”.

Los que hacen reinar la paz en su corazón y entre los hermanos divididos. ¿De qué sirve hacer la paz entre los otros si existe en nuestro corazón la guerra de los vicios?

Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos”.

Está especificado: por la justicia, Otros son perseguidos por sus pecados, sin ser justos… (…)
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí”.

El insulto que es proferido por los labios falsos del que insulta, debe ser despreciado y vale una bienaventuranza (…). Porque es Cristo el que está en causa.

Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo”.

Nadie puede regocijarse porque su reputación es dañada por la calumnia, menos aún el que busca la vana gloria. Nosotros tenemos que alegrarnos y exultar  porque la recompensa nos es preparada en el Cielo.

Fuente: San Jerónimo (347-420), sacerdote, traductor de la Biblia, doctor de la Iglesia

jueves, 30 de octubre de 2025

Comentario lectura evangelio 31/10/25

Hoy el Evangelio nos deja ver a Jesús: firme como buey, manso como asno. Está en casa de un importante fariseo; es un sábado. «Ellos lo estaban observando» (Lc 14,1). En este ambiente de juicio, Jesús mira delante suyo a un hombre hidrópico, y su pregunta es directa: «¿Es lícito curar en sábado o no?» (Lc 14,3). Pregunta que desafía la rigidez de la ley en favor de la compasión, también del corazón. La ley del sábado, como nuestro domingo, estaba destinada al descanso y la santificación, y se había convertido en una carga. Jesús, al poner la comparación con el “hijo o el buey que cae”, nos muestra la incoherencia de quienes, preocupados por sus posesiones, las rescatarían sin dudar, mientras postergarían (en sábado) la sanación de una persona.

Uno que fue rescatado de un pozo es Saulo de Tarso. Imaginemos lo que diría en su acción de gracias, haciendo eco con palabras del Papa León XIV: «Mientras agradecemos al Señor la llamada con la que transformó su vida…, le pedimos que sepamos cultivar y difundir su caridad, haciéndonos prójimos los unos de los otros». San Beda interpreta el buey y el asno como «los pueblos judío y gentil, llamados a ser liberados del pozo de la concupiscencia». Jesús rescata a todos, sin importar nuestra condición y el día. Siendo “Hijo”, se acordaría de aquella noche en Belén, con la tierna mirada de María y José, donde un buey y un asno lo contemplaban; ese niño que venía a sacarnos del pozo del pecado, a todos y para siempre. Hoy, nos anima con ojos de misericordia, a contemplar las personas antes que las cosas, priorizar la vida, todos los días.

La sanación de hoy, y la palabra de Jesús, nos interpelan: nuestras normas, tradiciones o comodidades, ¿nos impiden ver la necesidad del otro? La mesa —símbolo y sacramento de comunidad y vida eucarística— a la que estamos invitados todos, refleja una profunda verdad: nuestra vida tiene un valor incalculable. En ella, Jesús lava los pies y se nos da en alimento, y recomienda: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19).

Fuente: Rev. D. Darío Gustavo GATTI Giorgio ISSDSch, (Rosario, Santa Fe, Argentina)