martes, 19 de noviembre de 2024

Comentario lectura evangelio 20/11/24

Hacedlos fructificar

En la vida de Cristo y en sus parábolas se encuentra el evangelio sobre el trabajo. Es lo que Jesús hizo y enseñó. (cf Hch 1,1) A esta luz, la Iglesia ha proclamado siempre aquello que encontramos expresado de modo actual en las enseñanzas del Concilio Vaticano II: “La actividad humana, así como procede del hombre, está también ordenada al hombre. Pues el hombre, cuando actúa, no sólo cambia las cosas y la sociedad, sino que también se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, sale de sí y se trasciende. Si este crecimiento es rectamente comprendido, vale más que las riquezas exteriores que puedan acumularse. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene...Por tanto ésta es la norma de la actividad humana: que, según el designio y la voluntad divina, concuerde con el bien genuino del género humano y permita al hombre individual y socialmente cultivar y realizar plenamente su vocación.” (GS 35)

En esta visión de los valores del trabajo humano, es decir, en esta espiritualidad del trabajo, se explica perfectamente lo que sigue en el mismo documento acerca de la recta significación del progreso: “Todo lo que los hombres hacen para conseguir una mayor justicia, una más amplia fraternidad y una ordenación más humana en las relaciones sociales, vale más que los progresos técnicos. Pues estos progresos pueden ofrecer, como si dijéramos, la materia para la promoción humana, pero por sí solos no pueden de ninguna manera llevarla a cabo.” (id.)

Esta doctrina sobre el problema del progreso y del desarrollo, -tema dominante en la mentalidad contemporánea-, sólo se comprende como fruto de una probada espiritualidad del trabajo y únicamente sobre la base de una tal espiritualidad se puede realizar y poner en práctica esta doctrina.  
     
Fuente: San Juan Pablo II (1920-2005), papa

lunes, 18 de noviembre de 2024

Comentario lectura evangelio 19/11/24

¡Qué gran misterio es nuestra grandeza en Jesús! Ya ves todo lo que Jesús nos ha enseñado al hacernos subir al árbol simbólico del que te hablaba hace poco. Y ahora ¿qué ciencia va a enseñarnos? ¿No nos lo ha enseñado ya todo...? Escuchemos lo que él nos dice: «Bajad enseguida, porque hoy tengo que alojarme en vuestra casa». ¿Pero cómo...? Jesús nos dice que bajemos... ¿Adónde tenemos que bajar? Celina, tú lo sabes mejor que yo; sin embargo, déjame que te diga hasta dónde debemos ahora seguir a Jesús. Una vez, los judíos le preguntaron a nuestro divino Salvador: «Maestro, ¿dónde vives?», y él les respondió: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, yo no tengo donde reclinar la cabeza» (Jn 1,38; Mt 8,20). He ahí hasta dónde tenemos que bajar nosotras para poder servir de morada a Jesús: hacernos tan pobres, que no tengamos donde reposar la cabeza. Ya ves, querida Celina, lo que Jesús ha obrado en mi alma durante estos ejercicios... Ya entiendes que se trata del interior. (...)

Lo que Jesús desea es que lo recibamos en nuestros corazones. Estos, qué duda cabe, están ya vacíos de criaturas, pero yo siento que lamentablemente el mío no está totalmente vacío de mí misma, y por eso Jesús me manda bajar... Él, el Rey de reyes, se humilló de tal suerte, que su rostro estaba escondido y nadie lo reconocía... Pues yo también quiero esconder mi rostro, quiero que sólo mi amado pueda verlo, que sólo él pueda contar mis lágrimas..., que al menos en mi corazón sí que pueda reposar su cabeza querida y sentir que allí sí es conocido y comprendido...

Fuente: Teresa de Lisieux

domingo, 17 de noviembre de 2024

Comentario lectura evangelio 18/11/24

¡Ojalá que en el siglo futuro nos hallemos también nosotros agregados a la muchedumbre de los salvados!

"¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!"

Escuchemos a estos ciegos, mucho mejores que muchos de los que ven. Pues sin tener guía, sin ver a Jesús que se acercaba, procuraban empeñosamente acercársele. Y comenzaron a clamar con grandes voces; y como se les ordenara callar, más aún clamaban. Así es un alma perseverante: se aprovecha por medio de los mismos que procuran impedirla.

Cristo permite que se les ordene callar para que resalte el fervor de ellos y conozcas que en realidad eran dignos de recibir la salud. Por lo mismo ni siquiera les pregunta si creen, como solía hacerlo, pues sus clamores y el anhelo de acercársele suficientemente manifestaban su fe. Por aquí conoces, carísimo, que aún cuando seamos viles y bajos en exceso, si nos acercamos anhelosos a Dios, podremos alcanzar por nosotros mismos lo que pedimos. Observa cómo estos ciegos, sin tener el patrocinio de ninguno de los apóstoles y por el contrario habiendo muchos que los detenían, pudieron pasar por sobre todos los obstáculos y acercarse a Jesús. Y aunque los evangelistas no testifiquen haber tenido ellos alguna confianza por su género de vida, pero el fervor les valió para todo.

Imitémoslos. Aunque el Señor dilate su don, aunque muchos se nos interpongan, no cesemos de pedir. Así nos conciliaremos especialmente a Dios.

Fuente: San Juan Crisóstomo (c. 345-407),presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia

Comentario lectura evangelio 17/11/24

Los que tuvieren una fe recta en nuestro Señor Jesucristo y mostraren su fe con las obras; los que, atentos a sí mismos, se purificaren de la inmundicia de sus pecados mediante la confesión y la penitencia; los que se ejercitaren en las virtudes opuestas a los vicios: en la templanza, la castidad, la caridad, la limosna, la justicia y la verdad, todos éstos, resucitados, escucharán al mismo rey de los cielos: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, y así reinaran con Cristo, partícipes con él de un reino celestial y pacífico, viviendo eternamente en una luz inefable que no conoce ocaso ni noche que la interrumpa, conversando con los santos que fueron al principio en medio de las inenarrables delicias del seno de Abrahán, donde no hay dolor, ni luto, ni llanto.

Una es en efecto la cosecha de las espigas inanimadas; de las intelectuales —me estoy refiriendo al género humano— uno es también —y ya lo hemos mencionado— el segador, que congrega a la fe, del campo de la incredulidad, a los que reciben a los pregoneros del evangelio. Los segadores de esta mies son los apóstoles y sus sucesores y, en el tiempo de la Iglesia, los doctores. De éstos dijo Cristo: El segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna. Y los doctores de la piedad recibirán una recompensa tanto mayor cuantas más personas convencidas reúnan para la vida eterna.

Existe todavía otra mies: el traslado de cada uno de nosotros, después de la muerte, de la vida presente a la futura. Esta mies no tiene como segadores a los apóstoles, sino a los ángeles, que, en cierto modo, son superiores a los apóstoles, ya que una vez hecha la recolección, eligen y separan —como al trigo de la cizaña— a los malos de los buenos: a los buenos los llevarán al reino de los cielos, y a los malos al horno encendido.

La puesta en escena de todo esto, descrita en el evangelio de Cristo, la veremos otro día, cuando Cristo nos conceda el tiempo y las palabras para hacerlo. ¡Ojalá que también nosotros, que ahora somos el pueblo elegido de Dios, una nación consagrada, la Iglesia del Dios vivo, segregados de todos los hombres impíos e irreligiosos, así también en el siglo futuro nos hallemos segregados de los que son cizaña, y unidos a la muchedumbre de los salvados, en Cristo nuestro Señor! ¡Bendito él por siempre! Amén.

Fuente: Gregorio de Palamás

viernes, 15 de noviembre de 2024

Comentario lectura evangelio 16/11/24

«Orar sin desfallecer» (Lc 18,1).

«Orad sin cesar» nos manda el apóstol Pablo (1 Tes 5,17). Recordando este precepto, Clemente de Alejandría, escribe: «Se nos ha mandado alabar y honrar al Verbo, que sabemos es el Salvador y el Rey, y por él, al Padre, y no tan sólo unos días escogidos, como lo hacen otros, sino constantemente a lo largo de toda nuestra vida y de todas las maneras posibles».

En medio de las ocupaciones de la jornada, en el momento de vencer la tendencia al egoísmo, cuando experimentamos el gozo de la amistad con otros hombres, en todos esos momentos el cristiano debe encontrarse con Dios. El cristiano, por Cristo y en el Espíritu Santo accede a la intimidad con Dios Padre, recorre su camino buscando ese reino que, a pesar de no ser de este mundo (Jn 18,36), se prepara y comienza ya en este mundo.

Es necesario encontrarse frecuentemente con Cristo, en la Palabra y en el Pan, en la eucaristía y en la oración. Y encontrarse frecuentemente con él tal como se frecuenta a un amigo, un ser real y viviente como es Cristo puesto que está resucitado… Cristo, Cristo resucitado, es el compañero, es el Amigo. Un compañero que sólo se deja ver en la penumbra, pero cuya realidad llena toda nuestra vida y nos hace desear su compañía definitiva. El Espíritu y la Esposa dicen: « ¡Ven!» Y el que oiga, diga: « ¡Ven!» Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de la vida… Dice el que da testimonio de todo esto: «Sí, vengo pronto.» ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22,17.20).

Fuente: San Josemaría Escrivá de Balaguer, presbítero

jueves, 14 de noviembre de 2024

Comentario lectura evangelio 15/11/24

Hoy, en el texto del Evangelio son remarcados el final de los tiempos y la incerteza de la vida, no tanto para atemorizarnos, cuanto para tenernos bien precavidos y atentos, preparados para el encuentro con nuestro Creador. La dimensión sacrificial presente en el Evangelio se manifiesta en su Señor y Salvador Jesucristo liderándonos con su ejemplo, en vista a estar siempre preparados para buscar y cumplir la Voluntad de Dios. La vigilancia constante y la preparación son el sello del discípulo vibrante. No podemos asemejarnos a la gente que «comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían» (Lc 17,28). Nosotros, discípulos, debemos estar preparados y vigilantes, no fuera que termináramos por ser arrastrados hacia un letargo espiritual esclavo de la obsesión —transmitida de una generación a la siguiente— por el progreso en la vida presente, pensando que —después de todo— Jesús no regresará.
El secularismo ha echado raíces profundas en nuestra sociedad. La embestida de la innovación y la rápida disponibilidad de cosas y servicios personales nos hace sentir autosuficientes y nos despoja de la presencia de Dios en nuestras vidas. Sólo cuando una tragedia nos golpea despertamos de nuestro sueño para ver a Dios en medio de nuestro “valle de lágrimas”... Incluso debiéramos estar agradecidos por esos momentos trágicos, porque seguramente sirven para robustecer nuestra fe.

En tiempos recientes, los ataques contra los cristianos en diversas partes del mundo, incluyendo mi propio país —la India— han sacudido nuestra fe. Pero el Papa Francisco ha dicho: «Sin embargo, los cristianos están esperanzados porque, en última instancia, Jesús hace una promesa que es garantía de victoria: ‘Quien pierda su vida, la conservará’ (Lc 17,33)». Ésta es una verdad en la que podemos confiar… El poderoso testimonio de nuestros hermanos y hermanas que dan su vida por la fe y por Cristo no será en vano.

Así, nosotros luchamos por avanzar en el viaje de nuestras vida en la sincera esperanza de encontrar a nuestro Dios «el Día en que el Hijo del hombre se manifieste» (Lc 17,30).
Fuente: Fr. Austin NORRIS, (Mumbai, India)

miércoles, 13 de noviembre de 2024