miércoles, 17 de septiembre de 2025

Comentario lectura evangelio 18/09/25

Hoy, Simón fariseo, invita a comer a Jesús para llamar la atención de la gente. Era un acto de vanidad, pero el trato que dio a Jesús al recibirlo, no correspondió ni siquiera a lo más elemental.

Mientras cenan, una pecadora pública hace un gran acto de humildad: «Poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume» (Lc 7,38).

El fariseo, en cambio, al recibir a Jesús no le dio el beso del saludo, agua para sus pies, toalla para secarlos, ni le ungió la cabeza con aceite. Además el fariseo piensa mal: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora» (Lc 7,39). ¡De hecho, el que no sabía con quién trataba era el fariseo!

El Papa Francisco ha insistido mucho en la importancia de acercarse a los enfermos y así “tocar la carne de Cristo”. Al canonizar a santa Guadalupe García, Francisco dijo: «Renunciar a una vida cómoda para seguir la llamada de Jesús; amar la pobreza, para poder amar más a los pobres, enfermos y abandonados, para servirles con ternura y compasión: esto se llama “tocar la carne de Cristo”. Los pobres, abandonados, enfermos y los marginados son la carne de Cristo». Jesús tocaba a los enfermos y se dejaba tocar por ellos y los pecadores.

La pecadora del Evangelio tocó a Jesús y Él estaba feliz viendo cómo se transformaba su corazón. Por eso le regaló la paz recompensando su fe valiente. —Tú, amigo, ¿te acercas con amor para tocar la carne de Cristo en tantos que pasan junto a ti y te necesitan? Si sabes hacerlo, tu recompensa será la paz con Dios, con los demás y contigo mismo.

Fuente: Mons. José Ignacio ALEMANY Grau, Obispo Emérito de Chachapoyas, (Chachapoyas, Perú)

martes, 16 de septiembre de 2025

Comentario lectura evangelio 17/09/25

"No hay más ciego que el que no quiere ver"

Viene el Bautista y le llaman endemoniado por su vida austera. Viene Jesús y le llaman comilón y borracho porque entra en casa de todo el mundo. El caso es no querer ver los mensajes de ambos: la conversión, el amor al prójimo, la Buena Nueva. Los que les conocen se quedan solo con las apariencias más superfluas y no se paran a escuchar sus mensajes, como los niños que juegan en la plaza de manera atolondrada y no atienden a lo que se les dice ni oyen la música que suena.

En muchas ocasiones nos dejamos llevar por las primeras impresiones ante una persona que conocemos, ante un hecho o una circunstancia, y no nos paramos a analizar en profundidad lo que tenemos delante. Tanto San Juan Bautista como Jesús hablaron para todo el mundo, no se escondían de nadie ni se dirigían a unos pocos elegidos: lanzaban sus mensajes por los caminos, en las plazas, en las calles, donde todo el mundo pudiera escucharlos. Su manera de vivir y relacionarse con los demás era pública, conocida y discutida.

Al final de este pasaje Cristo nos da la clave: “Los hijos de la sabiduría le han dado la razón” (en referencia al Bautista) es decir: aquellos que ponen todos sus sentidos, que no se quedan con lo primero que ven, que son capaces de analizar y meditar lo que observan y escuchan, son capaces de llegar al fondo del mensaje.

Pues así nosotros debemos ser reflexivos cuando nos hablen, no dejarnos llevar por opiniones ajenas ni por las apariencias, porque podemos caer en lo superficial y perdernos el tesoro que se oculta como les pasó a muchos de los que conocieron a Jesús y al Bautista y no supieron entender sus “palabras de vida eterna”. La lectura de la Palabra, la oración y la meditación nos ayudarán a conocer a Cristo y su mensaje y a no ser como los niños de la plazuela.

Fuente: D. Luis Maldonado Fernández de Tejada, OP, Fraternidad Laical de Santo Domingo, de Almagro

lunes, 15 de septiembre de 2025

Comentario lectura evangelio 16/09/25

"Dios ha visitado a su pueblo"

La situación de la mujer a la que Jesús se dirige en el evangelio de hoy no podía ser más trágica: viuda y con el único hijo, muerto. Es decir, una mujer que ya no tenía futuro, pues no tenía –como lo exigía la sociedad de entonces– ningún varón que la pudiera cuidar o ayudarle a gestionar la vida.

Partiendo de la mirada –«al verla»–, la reacción de Jesús ante ella es de compasión. Una compasión activa: «le dijo: “No llores”». Esta frase no representa el consuelo fácil de quien, desde una situación segura, propone un alivio nominal. En Jesús, esta frase asegura el compromiso de Dios de quitar el motivo del llanto: «felices los afligidos, porque serán consolados» (Mt 5). Este compromiso, este “involucrarse” lleva a Jesús (a Dios) a tocar el ataúd –algo prohibido por la Ley– y a invitar al joven muerto a levantarse y a vivir. Le devuelve el hijo a la madre y así, le devuelve el aliento vital –el consuelo– a los dos.

Así, tocar y decir, gesto y palabra conforman el modo como Dios se comunica con la Humanidad y la renueva, la restaura, la levanta a su altura. Ese “modus operandi” de Jesús se repite con cada ser humano, también con nosotros. Jesús nos ve, se nos acerca, toca nuestro corazón y nos habla en la intimidad: «a ti te lo digo, levántate!», alcanza la medida de tu altura, no te arrastres ni estés encorvado, camina erguido, con plena dignidad, la dignidad del hijo o hija de Dios que eres.

Esta visita de Dios a la humanidad, esa visita de Jesús a nuestra vida… es la que nos renueva y nos transforma “a su modo”, para servir como Él, y así caminar atentos para ver, para consolar y para comprometernos por la compasión. Ese es lugar y el único modo desde el cual se puede vivir la vida cristiana y se puede desempeñar todo ministerio en la Iglesia.

Si Jesús era el Signo eficaz de Dios en medio de su pueblo…¿cómo lograr que nuestras comunidades sean una señal visible y actuante de Jesús en medio de nuestra sociedad de hoy, también desesperanzada y con tantas pérdidas? ¿Con qué gestos y palabras podríamos invitar a levantarse a quienes se sienten sin vida y sin fuerzas?

Fuente: Fray Germán Pravia O.P., Casa de la Santísima Trinidad, Montevideo, Uruguay

domingo, 14 de septiembre de 2025

Comentario lectura evangelio 15/09/25

Después del amor de Cristo, el de María no tiene igual

El martirio de la Virgen es sugerido tanto por  la profecía de Simeón  como por la narración de la Pasión del Señor.  Él será un signo de contradicción”, dice Simeón hablando del niño Jesús. Dirigiéndose a María agregó “Una espada atravesará tu corazón” (cf. Lc 2,34-35). Si, bienaventurada Madre, tu corazón fue atravesado por una espada y una espada traspasó la carne de tu Hijo. Cuando tu Jesús -que es de todos pero especialmente de ti- entregó el espíritu, la lanza cruel no llegó a su alma. Al estar  ya muerto, la lanza no le causó dolor.  Pero ella atravesó tu alma. En ese momento, ya no podía atravesar el alma suya porque ya no estaba. Pero tu alma, no podría nunca más separarse de él. (…)

Quizás alguien preguntará si María no sabía por adelantado que él debía morir. Si, sin dudas. ¿No esperaba ella verlo resucitado en seguida? Si, en eso confiaba. Entonces, ¿sufrió cuando lo vio crucificar?  ¡Por cierto y con qué violencia! ¿Quién eres tú, hermano, y de dónde te viene tal sabiduría, al asombrarte más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? ¿Él pudo morir de la muerte del cuerpo y ella no habría podido morir con él de todo corazón? En él se realiza la obra de un amor que nadie puede superar. En ella, es el amor que, después del primero, nunca habrá otro igual.

Fuente: San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia

Comentario lectura evangelio 14/09/25

¡Proclamemos que Cristo fue crucificado por nosotros!

No sólo no tenemos que avergonzarnos de la muerte del Señor, nuestro Dios, sino más bien poner en ella toda nuestra confianza y orgullo. Recibiendo de nosotros la muerte que encontró en nosotros, nos prometió fielmente de darnos  en él la vida que no podemos obtener de nosotros. El que no tiene pecado nos amó tanto que sufrió lo que los pecadores merecimos por nuestro pecado, ¿cómo no va a darnos justicia el que nos justifica? ¿Cómo no va a dar recompensa a los justos,  él que es fiel a sus promesas y sin cometer mal, sufrió la pena que merecían los culpables? 

Sin temor alguno, proclamemos hermanos que Cristo fue crucificado por nosotros. Digámoslo llenos de alegría, sin vergüenza y cubiertos de gloria. Lo comprendió el apóstol Pablo e hizo de ello su título de gloria. Después de mencionar las numerosas y grandes gracias obtenidas de Cristo, no se gloría de esas maravillas, sino que exclamó: “Yo solo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6,14).

Fuente: San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia

viernes, 12 de septiembre de 2025

Comentario lectura evangelio 13/09/25

Hoy, el Señor nos sorprende haciendo “publicidad” de sí mismo. No es mi intención “escandalizar” a nadie con esta afirmación. Es nuestra publicidad terrenal lo que empequeñece a las cosas grandes y sobrenaturales. Es el prometer, por ejemplo, que dentro de unas semanas una persona gruesa pueda perder por lo menos cinco o seis kilos usando un determinado “producto-trampa” (u otras promesas milagrosas por el estilo) lo que nos hace mirar a la publicidad con ojos de sospecha. Mas, cuando uno tiene un “producto” garantizado al cien por cien, y —como el Señor— no vende nada a cambio de dinero sino solamente nos pide que le creamos tomándole como guía y modelo de un preciso estilo de vida, entonces esa “publicidad” no nos ha de sorprender y nos parecerá la más lícita del mundo. ¿No ha sido Jesús el más grande “publicitario” al decir de sí mismo «Yo soy la Vía, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6)?

Hoy afirma que quien «venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica» es prudente, «semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca» (Lc 6,47-48), de modo que obtiene una construcción sólida y firme, capaz de afrontar los golpes del mal tiempo. Si, por el contrario, quien edifica no tiene esa prudencia, acabará por encontrarse ante un montón de piedras derruidas, y si él mismo estaba en el interior en el momento del choque de la lluvia fluvial, podrá perder no solamente la casa, sino además su propia vida.

Pero no basta acercarse a Jesús, sino que es necesario escuchar con la máxima atención sus enseñanzas y, sobre todo, ponerlas en práctica, porque incluso el curioso se le acerca, y también el hereje, el estudioso de historia o de filología... Pero será solamente acercándonos, escuchando y, sobre todo, practicando la doctrina de Jesús como levantaremos el edificio de la santidad cristiana, para ejemplo de fieles peregrinos y para gloria de la Iglesia celestial.

Fuente: P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP, (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)

jueves, 11 de septiembre de 2025

Comentario lectura evangelio 12/09/25

¡Oh foco de amor! ¡Gracias, gracias, oh Padre eterno! A mí, imperfecta y llena de tinieblas, usted el Perfecto, la Luz, ha mostrado la perfección y el camino luminosos de la doctrina de su Hijo único.

¡Estaba muerta y usted me ha rendido la vida! ¡Estaba enferma y me dio el remedio! No sólo el remedio de la Sangre de Cristo, que aplicó su Hijo al género humano enfermo. Me dio también contra una enfermedad secreta un remedio que yo no conocía, me enseñó esta doctrina de no juzgar jamás a las criaturas de razón y aún menos a sus servidores. ¡Cuántas veces los juzgué, con la excusa del honor suyo, Padre, y de la salvación de las almas!

Le agradezco, oh Bondad soberana y eterna, que me ha hecho conocer mi enfermedad descubriéndome su Verdad, al mismo tiempo que los engaños del demonio y las ilusiones del sentido propio. ¡Le suplico por su gracia y misericordia que sea hoy el final de mis desvíos! ¡Que no me aleje desde ahora de la doctrina que su Bondad me ha dado, a mí y a todos lo que los siguen!

Sin usted, no se puede hacer nada. Recurro a usted, mi refugio. Padre eterno, no sólo le imploro por mí, sino por el mundo entero y el cuerpo místico de la santa Iglesia.

Fuente: Santa Catalina de Siena (1347-1380), terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa