El Evangelio de Juan nos habla de la disputa sobre la identidad de Jesucristo. El Señor se presenta a los judíos como la luz del mundo. En efecto, la Palabra de Dios es la única luz que necesita el hombre. Pero las palabras de Jesús ofenden a sus interlocutores y éstos se escandalizan. Sin embargo, Él no puede negar quién es. Y nosotros, ¿llegamos a negar nuestra identidad de cristianos cuando se asoma a nuestra vida la dificultad? Al leer el pasaje evangélico surge espontánea la consideración de cuán duro es testimoniar con autenticidad a Jesús. El mundo no quiere oír hablar de un Dios que llama a tomar la cruz, a servir y a dar la vida por los demás. Necesitamos ser intrépidos y consumir todas nuestras energías para difundir la verdadera luz de Cristo, aunque encontremos oposición. Hemos de ser como cirios, siempre encendidos, siempre con fe, siempre con autenticidad, siempre trabajando por la Iglesia. Profundicemos en la convicción de que hace más bien predicar a Cristo con las obras que con las palabras.
(Fuente nocetnam: Regnum Christi)
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