«Ángel santo de la guarda,
compañero de mi vida, tú que nunca me abandonas, ni de noche ni de día. Aunque
espíritu invisible, sé que te hallas a mi lado, escuchas mis oraciones, y
cuentas todos mis pasos. En las sombras de la noche, me defiendes del demonio,
tendiendo sobre mi pecho, tus alas de nácar y oro. Ángel de Dios, que yo
escuche, tu mensaje y que lo viva, que vaya siempre contigo, hacia Dios, que me
lo envía. Testigo de lo invisible, presencia del cielo amiga, gracias por tu
fiel custodia, gracias por tu compañía».
Así de hermosa es la poesía
con que dan comienzo las laudes de este día. En ella ya se encuentra
sintetizada la espiritualidad y sentido de esta fiesta.
La existencia de los
ángeles está fuera de duda y siempre la Iglesia los veneró y difundió su culto.
San Gregorio Magno llega a decir esta hipérbole: «En casi todas las páginas de
las Sagradas Escrituras está contenida la existencia de los Ángeles». El
Antiguo Testamento habla repetidas veces de su acción prodigiosa en favor de
los hombres: Un ángel avisa a Lot del peligro que corre Sodoma y el castigo que
va a recibir esta ciudad. Un ángel conforta a la criada de Abrahán, Agar,
cuando es despedida y camina por el desierto. Un ángel socorre al Profeta San
Elías y le alimenta con pan y agua fresca por dos veces cuando huye de la
persecución de la reina Jezabel. Un ángel acompaña y colma de gracia al joven
Tobías y a su padre y demás familiares. Casi todo el libro de Tobías está en
torno al arcángel San Rafael. También en el Nuevo Testamento aparece el ángel
liberando a Pedro de las cadenas y abriéndole la puerta de la cárcel...
En las vidas de los Santos,
tanto antiguos, como Santa Inés, tanto de la Edad Media, como San Francisco de
Asís, y, modernos, como Santa Micaela del Smo. Sacramento, Santa Gema Galgani y
San Francisco de Sales... la presencia del Ángel de su Guarda en sus vidas es
como algo inseparable. Mucho lo vivió también el Beato Manuel Domingo y Sol.
Desde que tenemos uso de
razón en nuestros hogares cristianos se nos infunde la devoción al Ángel de
nuestra Guarda y se nos recomienda que no demos oído al ángel malo que nos
instigará al pecado y que tratemos de oír siempre al Ángel bueno que nos
inspirará lo que hemos de hacer y hemos de evitar.
Es doctrina comúnmente admitida que, al nacer, el Señor ya nos señala un ángel para nuestra custodia y que cada familia, cada pueblo, cada nación tienen su propio ángel. El sabio Orígenes ya decía algo parecido en el siglo III: «Sí, cada uno de nosotros tenemos un ángel que nos dirige, nos acompaña, nos gobierna, nos amonesta y presenta a Dios nuestras plegarias y buenas obras».
Santo Tomás de Aquino
dividió los Coros angélicos en nueve categorías diferentes: «Los Serafines,
Querubines y Tronos, forman la augusta corte de la Santísima Trinidad; las
Dominaciones presiden el gobierno del Universo; las Virtudes, la fijeza de las
leyes naturales; las Potestades refrenan el poder de los demonios; los
Principados tienen bajo su amparo a los reinos y naciones; lo Arcángeles
defienden a las comunidades menores, y los Ángeles guardan a cada uno de los
hombres».
Los mismos Salmos hablan
con frecuencia de los Ángeles. Jesucristo se refirió en varias ocasiones a la
misión de estos Espíritus purísimos. San Agustín afirmaba en su tiempo que «el
Ángel de la Guarda nos ama como a hermanos y está con una santa impaciencia por
vernos ocupar en el cielo aquellas sillas de que se hicieron indignos los ángeles
rebeldes». ¿Qué hacer nosotros por el Ángel, ya que tanto hace él por nosotros?
Dice el Éxodo: «Respétale y escucha su voz... Si oyes su voz y ejecutas cuanto
te ordene, seré enemigo de tus enemigos».
(Fuente: magnificat.ca)
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