San Bernardo
(1090-1153).
Cisterciense, Doctor de la Iglesia. Fiesta: 20 de agosto
Fue el gran impulsor y
propagador de la Orden Cisterciense y el hombre más importante del siglo XII en
Europa. Fundador del Monasterio Cisterciense del Claraval y de muchos otros.
Nació en Borgoña (Francia)
en el año 1.090, en el Castillo Fontaines-les-Dijon. Sus padres eran los
señores del Castillo y fue educado junto a sus siete hermanos como correspondía
a la nobleza, recibiendo una excelente formación en latín, literatura y
religión. San Bernardo es, cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia,
pero es uno de los que más impacto ha tenido en ella. Fue declarado Santo en
1.173 por el Papa Alejandro III. Posteriormente, fue de clarado Doctor de la
Iglesia.
Su personalidad
Bernardo tenía un
extraordinario carisma de atraer a todos para Cristo. Amable, simpático,
inteligente, bondadoso y alegre, incluso muy apuesto, pues sabemos que su
hermana Humbelina le llamaba cariñosamente con el apelativo de "ojos
grandes".
La visión que cambió su trayectoria
Una noche de Navidad,
mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo, se quedó dormido y
le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre
le ofrecía a su Hijo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás.
Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado.
Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra, Bernardo se fue al convento
de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San
Esteban Harding lo aceptó con gran alegría.
Bernardo volvió a su familia a
contar la noticia y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era
desperdiciar una gran personalidad para ir a sepultarse vivo en un convento. La
familia no aceptaba de ninguna manera. Pero Bernardo les habló tan
maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que
logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y 30 compañeros
de la Nobleza que dejaron todo para unirse a Cristo. Dicen que cuando llamaron
a Nirvardo el hermano menor para anunciarle que se iban de religiosos, el
muchacho les respondió: "¡Ajá! ¿Con que ustedes se van a ganarse el cielo,
y a mí me dejan aquí en la tierra? Esto no lo puedo aceptar". Y un tiempo
después, también él se hizo religioso del Cister.
Antes de entrar al monasterio,
Bernardo llevó a su finca a todos los que deseaban entrar al convento para
prepararlos durante varias semanas, entrenándolos acerca del modo de cómo
debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1112, a la
edad de 22 años, entra en el monasterio de Cister. Más tarde, habiendo muerto
su madre, entra en el monasterio su padre. Su hermana Humbelina y su cuñado, de
mutuo acuerdo decidieron también entrar en la vida religiosa.
En la historia de la Iglesia
es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de
atracción tan grande para llevar gentes a la vida religiosa, como el que
recibió Bernardo. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e
hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban "el
cazador de almas y vocaciones". Con su apostolado consiguió que 900 monjes
hicieran profesión religiosa.
Fundador de Claraval
En el convento del Cister
demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres
de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un
sitio apartado en el bosque donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de
su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que
significa "valle claro" ya que allí el sol ilumina fuerte todo el
día. Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de
Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros, a los pocos años tenía
130 religiosos. De este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63
conventos. (Trois Fontaines, Fontenay, Foigny, etc.,).
Su Predicación.
Le llamaban "El Doctor
boca de miel" (doctor melífluo). Su inmenso amor a Dios y a la Virgen
Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas
cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de
mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los
oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse
mejor.
Su amor a la Virgen Santísima.
Fue el gran enamorado de la
Virgen Santísima. Se adelantó en su tiempo a considerarla medianera de todas
las gracias y poderosa intercesora nuestra ante su Hijo Nuestro Señor. A San
Bernardo se le deben las últimas palabras de la Salve: "Oh clementísima,
oh piadosa, oh dulce Virgen María", así como la bellísima oración del
"Acordaos". Tal era su Amor a la Virgen que teniendo costumbre de
saludarla siempre que pasaba ante una imagen de ella con las palabras
"Dios te Salve María", la imagen un día le contestó "Dios te
salve, hijo mío Bernardo".
Así como también de entre
sus numerosísimos libros y textos se halla el de unas reflexiones de gran
importancia llamado "La Consideración" leído por varios Papas, entre
ellos el Papa Juan XXIII. En él propone una serie de consejos importantísimos
para que los que están en puestos elevados, no vayan a cometer el gravísimo
error de descuidar la humildad y/o dedicarse solamente a actividades exteriores
descuidando la oración y la meditación.
Las dos ideas fundamentales
que nos transmite San Bernardo son:
1.- La mediación universal
de la Virgen
2.- La necesidad filial de
invocarla en todas las circunstancias.
Viajero infatigable
El más profundo deseo de San
Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación.
Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían
continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su
ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque
los primeros años de religioso se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le
dañó el aparato digestivo) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había
guerras, deteniendo las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y
hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era el
árbitro aceptado por todos.
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