« El amor es fuerte como la muerte »
(Ct 8,6)
El amor con el que Dios nos ama, ha desatado con su fuerza los lazos con los que la muerte nos tenía prisionera. Desde entonces, ella no puede retener ni un instante a los que toca. Porque “Cristo ha resucitado, primicias de los que se han adormecido” (1 Cor 15,20). Con la palabra de su promesa y el misterio, ejemplo y testimonio de su propia resurrección, Cristo nos confirma en la certeza que resucitaremos.
La muerte, capaz de quitarnos el don de la vida, es fuerte. El amor, que puede entregarnos a una vida mejor, es fuerte. La muerte es fuerte: su potencia puede despojarnos de nuestro cuerpo. El amor es fuerte: tiene el poder de arrancar a la muerte su botín y devolvérnoslo. La muerte es fuerte, ningún hombre puede resistirle. El amor es fuerte, tanto que triunfa sobre la muerte, aplasta su aguijón, detiene su ambición, invierte su victoria. Ella es burlada cada vez que se le dice: “Muerte, ¿Dónde está tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? (1 Cor 15,55). “El amor es fuerte como la muerte” (Ct 8,6), ya que la muerte de la muerte es el amor de Cristo, como lo sugiere esta palabra “Muerte, seré tu muerte; abismo, seré tu pérdida” (cf. Os 13,14).
El amor con el que amamos a Cristo, es poderoso como la muerte. Porque es como una muerte: la extinción de la vida antigua, la abolición de los vicios, el abandono de las obras de la muerte. Este amor que tenemos por Cristo es como una respuesta al que nos lo trae, y aunque no sea igual, es a su imagen. Cristo nos ha amado primero y el ejemplo del amor que nos ha dado, es nuestro modelo y nuestro sello. Nosotros, tenemos que aceptar la impronta de su imagen, depositando la máscara terrestre y revistiendo la figura celestial. Amando a Cristo cómo él nos ha amado.
Fuente: Balduino de Ford (¿-c. 1190), abad cisterciense, después obispo
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