¡Oh foco de amor! ¡Gracias,
gracias, oh Padre eterno! A mí, imperfecta y llena de tinieblas, usted el
Perfecto, la Luz, ha mostrado la perfección y el camino luminosos de la
doctrina de su Hijo único.
¡Estaba muerta y usted me ha rendido la vida! ¡Estaba enferma y me dio el remedio! No sólo el remedio de la Sangre de Cristo, que aplicó su Hijo al género humano enfermo. Me dio también contra una enfermedad secreta un remedio que yo no conocía, me enseñó esta doctrina de no juzgar jamás a las criaturas de razón y aún menos a sus servidores. ¡Cuántas veces los juzgué, con la excusa del honor suyo, Padre, y de la salvación de las almas!
Le agradezco, oh Bondad soberana y eterna, que me ha hecho conocer mi enfermedad descubriéndome su Verdad, al mismo tiempo que los engaños del demonio y las ilusiones del sentido propio. ¡Le suplico por su gracia y misericordia que sea hoy el final de mis desvíos! ¡Que no me aleje desde ahora de la doctrina que su Bondad me ha dado, a mí y a todos lo que los siguen!
Sin usted, no se puede hacer nada. Recurro a usted, mi refugio. Padre eterno, no sólo le imploro por mí, sino por el mundo entero y el cuerpo místico de la santa Iglesia.
Fuente: Santa Catalina de Siena (1347-1380), terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa
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