miércoles, 20 de agosto de 2025

Comentario lectura evangelio 21/08/25

Invitados a la fiesta

El relato del evangelio de Mateo recoge la parábola del banquete de bodas. Jesús está en Jerusalén, en los días previos a la pasión, y el tono de su discurso y estas últimas parábolas es muy polémico. Esta parábola se extendió rápidamente entre las primeras comunidades cristianas, por lo que ha habido varias versiones. Mateo une dos partes: el aviso a los convidados, que responden con indiferencia e incluso violencia, claro mensaje a los escribas y fariseos que traman su muerte; y el comensal que no lleva el traje adecuado, dirigido más bien a los primeros cristianos.

Destacaría tres ideas que pueden ayudarnos a interiorizar, cuestionarnos personalmente o como comunidad, y acudir al banquete del Reino con gozo y compromiso.

El sueño de Dios es esa gran mesa de banquete esponsal, llena con todos sus hijos e hijas, disfrutando de la fiesta y la alegría, celebrando el amor. Jesús ha intentado transmitirlo de todas las formas posibles, con gestos, parábolas, invitado o convidando, sentándose él mismo a la mesa en infinidad de ocasiones, incluso con pecadores y rechazados. Dios es padre de todos, buenos y malos, y a todos ama y desea invitar para sentarse con él a su mesa. ¿El mayor gozo de mi vida es ser hijo/a amado/a por Dios y vivir como tal?

La dureza de las reacciones del rey ante quienes desprecian la invitación refleja la crudeza del momento que vive Jesús. La rigidez y el rechazo de su mensaje de salvación llega a un punto sin retorno. Vivimos en un relativismo tal que pareciera que todo vale mientras satisfaga mis deseos y anhelos personales. Si Dios me conviene, le acepto; pero si me complica, me confronta o trastoca mis planes, entonces le rechazo o paso simplemente de Él. Y hay decisiones que tomamos en la vida, opciones y acciones que tienen un carácter definitivo. El daño está hecho, la negación te ha cerrado esa puerta. Hemos de ser conscientes de las consecuencias de nuestros actos y ser consecuentes con nuestros compromisos, leales y generosos con Dios y con los hermanos.

Dios sigue invitando, incansablemente, en las ciudades, los pueblos, los cruces de caminos y en las fronteras. Sólo hay un traje posible para acudir al banquete: el de la fraternidad. La mesa y la fiesta no tienen sentido si no se comparte. En todos hay un anhelo infinito de felicidad, de paz, de sentido. La búsqueda nos pone en camino y nos abre a la oportunidad de recibir la invitación. El Amor de Dios siempre encuentra caminos. Vivamos atentos porque la alegría de acoger esa invitación nos dará una felicidad que sana, reconforta, revive.

Fuente: Hna. Águeda Mariño Rico O.P., Congregación de Santo Domingo

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