Juan fue Precursor de Cristo por
su nacimiento, por su predicación, por su bautismo y por su muerte… ¿Se puede
encontrar una sola virtud, un género de santidad, que el Precursor no haya
tenido en su más alto grado? Entre los santos ermitaños ¿cuál se ha impuesto
jamás por regla no comer otra cosa que miel silvestre o esa comida incomible:
los saltamontes? Algunos renuncian al mundo y huyen de los hombres para vivir
santamente, pero Juan es todavía un niño… cuando se adentra en el desierto y
escoge, resueltamente, habitar en la soledad. Renuncia al derecho de sucesión del
sacerdocio de su padre para poder anunciar, con toda libertad, al verdadero y
soberano Sacerdote. Los profetas han anunciado por adelantado la venida del
Salvador, los apóstoles y los demás que enseñan en la Iglesia dan testimonio de
que esta venida realmente tuvo lugar, pero Juan lo muestra ya presente entre
los hombres. Son muchos los que han guardado virginidad y no han manchado la
blancura de sus vestidos (cf Ap 14,4), pero Juan renuncia a toda compañía
humana a fin de arrancar las apetencias de la carne hasta sus mismas raíces, y,
lleno de fervor espiritual, habita entre las bestias salvajes.
Juan, en el centro del coro escarlata de los mártires, incluso lo preside como maestro de todos: combatió valientemente y murió por la verdad. Llegó a ser el jefe de todos los que combaten por Cristo, y fue el primero de todos a ir a plantar en el cielo el estandarte triunfal del mártir.
Fuente: San Pedro Damián, obispo y doctor de la Iglesia
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