“Instituyó a doce”
El Señor empezó convocando a los Doce en quienes quedaba representado el futuro Pueblo de Dios. Fieles al mandato recibido del Señor, los Doce, después de la Ascensión..., asocian progresivamente a otras personas para las funciones que les había confiado a fin de que continúen su ministerio. A Pablo le llama el mismo Resucitado (Gal 1,1)... Es por ahí que continuará el ministerio que, posteriormente, a partir de la segunda generación, se llamará ministerio episcopal, el ministerio de los obispos... Así la sucesión, dentro de la función episcopal, se presenta como una continuidad del ministerio de los apóstoles, que garantiza la perseverancia en la Tradición apostólica, Palabra y vida, confiada por el Señor.
El lazo de unión entre el colegio de los obispos y la comunidad original de los apóstoles se entiende, ante todo, en la línea de la continuidad histórica. Tal como lo hemos visto a los Doce se les asocian primero Matías, después Pablo, después Bernabé, después otros, hasta que queda formado el ministerio del obispo... Y la garantía de la perseverancia en la comunidad eclesial se encuentra en la continuidad de la sucesión, del colegio apostólico reunido entorno a él por Cristo.
Pero esta continuidad... deber ser igualmente comprendida en un sentido espiritual, porque la sucesión apostólica en el ministerio debe ser considerada como el lugar privilegiado de la acción y la transmisión del Espíritu Santo. Tenemos un eco claro de estas convicciones en el siguiente texto de san Ireneo de Lión: “La tradición de los apóstoles, manifestada en el mundo entero, se muestra en cada Iglesia a todos los que quieren ver la verdad y podemos enumerar los obispos establecidos por los apóstoles en las Iglesias y sus sucesores hasta nosotros... [Los apóstoles] quisieron, en efecto, que los que dejaban como sucesores, transmitiéndoles su propia misión de enseñar, fueran absolutamente perfectos e irreprensibles en todo.
Fuente: Benedicto XVI, papa 2005-2013
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