jueves, 19 de junio de 2025

Comentario lectura evangelio 20/06/25

Hay que atesorar tesoros para el cielo

Bien se sabe que lo material es muy huidizo y perecedero. Un terremoto, por ejemplo, puede echar abajo muchos edificios, lo mismo ciertas explosiones, controladas o no. Una crisis bancaria es capaz de colocar a muchas familias en la ruina absoluta; la fuerza de un tsunami puede ocasionar docenas de víctimas y dejar múltiples desperfectos. Nosotros mismos, en cuanto al cuerpo se refiere, tenemos fecha de caducidad, aunque ignoremos cuándo se llegará al término.

Lo único que hay duradero y eterno es la infinitud del misterio de Dios. Nuestra alma, que ha tenido un comienzo, pervivirá por siempre y lo mismo, unidos a Cristo, el cuerpo resucitado y glorificado al final de los tiempos.

Mientras dura la vida a cada uno de los seres humanos se le pide un empeño para recorrer la peregrinación por este mundo, sin dejarse aprisionar por lo que no pasa de ser un medio para alcanzar el fin que tenemos fijado.

Los tesoros para guardar son los que van a subsistir por siempre. Estos son los que piden mayor dedicación mientras dura la vida y se van incrementando a medida que nos prodigamos en el amor: en amor para con Dios y amor para con los demás. El Maestro en tal empeño es Jesús. Del amor sin medida en el seno de la Trinidad procede eternamente la persona del Espíritu Santo. Nuestro amor hacia el misterio divino se expresa con la alabanza, adoración, gratitud, obediencia, humildad, sintonía seguida, en definitiva, con la oración habitual unida a la del Señor, que es nuestro puente y la hace constantemente (Heb 7, 25).

El amor hacia el misterio de nuestros semejantes nos ha de aprisionar con los lazos más liberadores. El modo y medida de nuestro amor hacia el prójimo ha sido establecido por el mismo Señor: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34).

En realidad, todos los misterios redentores proclaman amor como motivo de estos. En ellos descubrimos que Jesús nos amó gratuitamente, sin pedir pago alguno; nos amó eficazmente, es decir con obras bien palmarias hasta la donación de su vida, con su resurrección y glorificación; nos amó, en fin, rectamente, en otras palabras, sin buscarse a sí mismo, sin sombra de egoísmo, él que lo posee todo.
Siguiendo las huellas del que nos salva por amor es el modo más eficaz de acrecentar tesoros en la vida, riquezas seguras y duraderas por toda la eternidad.

Fuente: Fray Vito T. Gómez García O.P., Convento de Santo Tomás (Sevilla)

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