Hoy, Jesús nos invita a ir más
allá de lo que puede vivir cualquier mero cumplidor de la ley. Aún, sin caer en
la concreción de malas acciones, muchas veces la costumbre endurece el deseo de
la búsqueda de la santidad, amoldándonos acomodaticiamente a la rutina del
comportarse bien, y nada más. San Juan Bosco solía repetir: «Lo bueno, es
enemigo de lo óptimo». Allí es donde nos llega la Palabra del Maestro, que nos
invita a hacer cosas “mayores” (cf. Mt 5,20), que parten de una actitud
distinta. Cosas mayores que, paradójicamente, pasan por las menores, por las
más pequeñas. Encolerizarse, menospreciar y renegar del hermano no son
adecuadas para el discípulo del Reino, que ha sido llamado a ser —nada más y
nada menos— que sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16), desde la
vigencia de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12).
Jesús, con autoridad, cambia la interpretación del precepto negativo “No matar” (cf. Ex 20,13) por la interpretación positiva de la profunda y radical exigencia de la reconciliación, puesta —para mayor énfasis— en relación con el culto. Así, no hay ofrenda que sirva cuando «te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti» (Mt 5,23). Por eso, importa arreglar cualquier pleito, porque de lo contrario la invalidez de la ofrenda se volverá contra ti (cf. Mt 5,26).
Todo esto, sólo lo puede movilizar un gran amor. Nos dirá san Pablo: «En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rom 13,9-10). Pidamos ser renovados en el don de la caridad —hasta el mínimo detalle— para con el prójimo, y nuestra vida será la mejor y más auténtica ofrenda a Dios.
Fuente: P. Julio César RAMOS González SDB, (Mendoza, Argentina)
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