“Padre, quiero que los que tú me
diste estén conmigo donde yo esté” (Jn 17,24)
Esta oración se resume en tres puntos que constituyen la suma de la salvación y, mismo, de la perfección. Los discípulos son guardados del mal, santificados en la verdad y glorificados con el Señor. Así reza: “Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo” (Jn 17,24).
Felices aquellos por quienes pide el mismo juez. Intercede por ellos y debe ser adorado con igual honor que el Padre. Él no rehusará el deseo de sus labios ya que comparte con él una única voluntad y un único poder y son un solo Dios. Todo lo que demanda se cumplirá necesariamente, porque su palabra es poderosa y su voluntad eficaz en todo lo creado “porque él lo dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste” (Sal 32,9). Y puede decir “quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté”.
¡Qué certeza para el que cree, cuando acepta la gracia recibida! Esta seguridad no es sólo ofrecida a los apóstoles o sus compañeros, sino a todos que a sus palabras creerán en la Palabra de Dios: "No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí” (Jn 17,20).
Fuente: Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157), abad cisterciense
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