Hoy, en el evangelio Jesús anuncia y promete la venida del Espíritu Santo: «Cuando venga el Paráclito (…) que procede del Padre, Él dará testimonio de mí» (Jn 15,26). “Paráclito” literalmente significa “aquél que es llamado junto a uno”, y habitualmente es traducido como “Consolador”. De este modo, Jesús nos recuerda la bondad de Dios, pues siendo el Espíritu Santo el amor de Dios, Él infunde en nuestros corazones la paz, la serenidad en las adversidades y la alegría por las cosas de Dios. Él nos hace mirar hacia las cosas de arriba y unirnos a Dios.
Además Jesús dice a los
Apóstoles: «También vosotros daréis testimonio» (Jn 15,27). Para dar testimonio
es necesario:
1º Tener comunión e intimidad con
Jesús. Ésta nace del trato cotidiano con Él: leer el Evangelio, escuchar sus
palabras, conocer sus enseñanzas, frecuentar sus sacramentos, estar en comunión
con su Iglesia, imitar su ejemplo, cumplir los mandamientos, verlo en los
santos, reconocerlo en nuestros hermanos, tener su espíritu y amarlo. Se trata
de tener una experiencia personal y viva de Jesús.
2º Nuestro testimonio es creíble
si aparece en nuestras obras. Un testigo no es sólo una persona que sabe que
algo es verdad, sino que también está dispuesta a decirlo y vivirlo. Lo que
experimentamos y vivimos en nuestra alma debemos transmitirlo al exterior.
Somos testigos de Jesús no sólo si conocemos sus enseñanzas, sino —y
principalmente— cuando queremos y hacemos que otros lo conozcan y lo amen. Como
dice el dicho: «Las palabras mueven, los ejemplos arrastran».
El Papa Francisco nos decía:
«Agradezco el hermoso ejemplo que me dan tantos cristianos que ofrecen su vida
y su tiempo con alegría. Ese testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi
propio deseo de superar el egoísmo para entregarme más». Y añadía: «Quiero
pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva
atractivo y resplandeciente». Eso es siempre una luz que atrae.
Fuente: Rev. P. Higinio Rafael
ROSOLEN IVE, (Cobourg, Ontario, Canadá)
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