¡Alma mía, vuelve al Señor!
El Señor es auxilio y protección…
El Señor es auxilio y protección…
Cristo pleno de misericordia que portas el pecado del mundo, recibe mi débil oración y concédeme el perdón de las numerosas faltas que he cometido en mi vida.
Jesús misericordioso, ten piedad de mí, presa caída entre las manos del Truhán:
sana, oh Verbo, las heridas de mi alma miserable y sálvame, tú que eres compasivo.
Cómo el hijo pródigo, yo derroché todos mis bienes y estoy yaciente en tierra, desnudo de toda virtud. Sí, he pecado, Padre. Recíbeme y trátame como a uno de tus jornaleros.
Madre de Dios, estoy atado por
las cadenas del pecado, postrado: libérame, Toda Pura, de mis numerosas
miserias, como Dios, nacido de ti, ha liberado a Adán caído en tierra.
Sobre la roca sólida de la fe en ti, afirma la resolución de mi alma y fortifícame, Señor, porque en ti tengo auxilio, refugio y plaza fuerte.
Vuelve, miserable alma mía, vuelve al Señor y grita: “He pecado, Maestro, recíbeme como antes recibiste a Manasés arrepentido” (cf. 2 Cr 33,12).
Lucho, temo, y ante el pensamiento del Día temido, exclamo: “¡Oh Señor misericordioso, otórgame ahora, antes del fin, el perdón de mis pecados!”
Cómo el hijo pródigo exclamo: “He pecado”. Y no me animo a levantar mi mirada hacia ti, Dios compasivo y amigo del hombre. Vuélvete y ten piedad de mí.
Madre de Dios, Amante del Bien,
Virgen Toda Santa, para qué nos libere eternamente de toda pena, suplica sin
cesar al Maestro misericordioso, tu Hijo.
Fuente: Monasterio Santa Catalina
del Monte Sinaí, Liturgia de las Horas, s. IX
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