El vino nuevo de la verdadera alegría
El Señor, está escrito, fue a la
boda donde había sido invitado. El Hijo de Dios pues fue a esta boda para
santificar con su presencia el matrimonio que ya había sido instituido. Fue a
una boda de la antigua ley para escogerse en el pueblo pagano una esposa que
permanecería siempre virgen. Él que no nació de un matrimonio humano fue a la
boda. Fue allá no para participar en un banquete festivo, sino para revelarse
por un prodigio verdaderamente admirable. Fue allá no para beber vino, sino
para darlo. Porque, tan pronto como los invitados se quedaron con vino, la
bienaventurada María le dijo: "no tienen vino".
Jesús, aparentemente contrariado,
le respondió: " ¿mujer, qué nos va a ti y a mi?"... Respondiendo:
" mi hora todavía no ha llegado ", anunciaba ciertamente la hora
gloriosa de su Pasión, o bien el vino difundido para la salvación y la vida de
todos. Marie pedía un favor temporal, mientras que Cristo preparaba una alegría
eterna.
Sin embargo el Señor en su
bondad, no vaciló en conceder estas pequeñas cosas hasta que vengan las
grandes. La bienaventurada María, porque verdaderamente era la madre del Señor,
veía por el pensamiento lo que iba a llegar y conocía por anticipado la
voluntad del Señor.
Por eso se encargó de advertir a
los servidores con estas palabras: " haced lo que él os diga". Su
santa madre sabía ciertamente que la palabra de reproche de su hijo y Señor no
escondía el resentimiento de un hombre enfurecido sino contenía un misterio de
compasión... Y de repente el agua comenzó a recibir la fuerza, a cambiar el
color, a difundir un buen olor, a adquirir gusto, y al mismo tiempo a cambiar
totalmente de naturaleza. Y esta transformación del agua en otra sustancia
manifestó la presencia del Creador, porque nadie, excepto el que creó el agua
de nada, puede transformarla en otra cosa.
Fuente: San Máximo de Turín (¿-c.
420), obispo
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