En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia
En el Evangelio de este día, que
corresponde a la segunda parte del capítulo 1 del Evangelio de San Juan, justo
después del prólogo, encontramos a Juan el Bautista siendo interrogado por un
grupo de sacerdotes y levitas, que han sido enviados desde Jerusalén por los
judíos. Varias cuestiones le son planteadas, todas ellas relacionadas con su
identidad: “¿Tú quién eres? ¿Eres tú Elías? ¿Eres tú el Profeta? ¿Qué dices de
ti mismo? ¿Por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”
La pregunta sobre la identidad
personal es clave en la vida de la persona porque tiene que ver con aquello que
define el sentido que damos a esa vida, con nuestra vocación, nuestra misión,
la verdad más profunda de nuestro ser.
Juan Bautista responde, pero lo
hace para invitarnos a volver la mirada hacia Otro: hacia Jesús, hacia el
Señor, de quien Juan es la “voz.” La respuesta a la pregunta sobre su propia
identidad se convierte en testimonio sobre Jesús, tal como se nos dice al
inicio del Evangelio de este día.
Este testimonio es como el
pórtico que nos introduce hacia el motivo fundamental del evangelista Juan a lo
largo de su Evangelio: introducirnos en el conocimiento del misterio de Cristo,
Palabra encarnada, tal como nos ha sido presentado en el prólogo. Porque la
piedra angular de la fe, para Juan, es conocer y entrar en comunión con Cristo,
ser uno con Él.
La figura del Bautista, central
en este pasaje, aparece por tanto en relación a Jesús. El Bautista es quien
grita en desierto y allana el camino del Señor; es quien anuncia la presencia
en medio de nosotros de aquel que viene después de él y de quien no es digno de
desatar la correa de la sandalia.
También nosotros “somos” en
relación a Cristo; nuestra identidad está iluminada, clarificada por la suya.
En él descubrimos nuestra vocación a ser también testigos de su Palabra, a ser
su voz, a intentar que nuestros gestos y palabras puedan hablar de Él y de su
presencia viva en medio de nuestro mundo.
Y a hacerlo en medio del
“desierto”, de los espacios áridos que nos presenta la vida y en los cuales, a
veces, sentimos que no hay nada que hacer, que se nos resisten, que no hay
permeabilidad a acoger el mensaje de la buena Noticia del Evangelio.
Allí nos invita el Señor a
permanecer, a ser voz de una Palabra que nos despierta a una visión de la vida
muy diferente a la que con frecuencia se vende en nuestros mercados del
bienestar, del culto al yo, del consumo loco, que con frecuencia es caldo de
cultivo de una cultura de la indiferencia hacia otras vidas humanas,
especialmente si se encuentran del lado de la pobreza.
Pero para ello, antes somos
invitados a convertirnos en rastreadores de esa presencia actual de Dios en
medio de la humanidad, que es lo que en definitiva celebramos cada Navidad:
¡Dios con nosotros!
Que en este tiempo, podamos
contemplar la realidad a la luz del misterio de la Encarnación, con la alegría
y esperanza de que el Señor está en ella acompañando y sosteniendo el caminar
de la humanidad y de toda la creación.
Fuente: Hna. María Ferrández
Palencia, OP, Congregación Romana de Santo Domingo
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