“El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve” (Jn 6,63)
El alma, desde el comienzo hasta
el final de toda acción, debe venerar con - Permanece en las cosas celestes con
la Inteligencia y el Concejo y se rodea de la Ciencia y la Piedad. Ellas deben
recibirse con gran respeto, ya que son su sostén. Entonces, que el alma primero
vigile abrirse a la Sabiduría, para luego de la acción poder cerrarse con pudor
y timidez. Cuando se abra, que se revista de firmeza gracias a las galas de la
Inteligencia y el Consejo y se fortifique igualmente con la Ciencia y la
Piedad.
El movimiento del alma razonable
y la acción de su cuerpo, según los cinco sentidos, siguen un solo y mismo
camino. El cuerpo sólo obra cuando el cuerpo lo pone en movimiento. Los
diferentes sentidos, ellos, no se separan uno del otro, se sostienen entre
ellos con gran firmeza e iluminan al hombre entero. El fin es conducirlo hacia
lo alto o hacia lo bajo, según las elecciones de su alma.
La Ciencia del alma provoca las
lágrimas del arrepentir, mientras que los pecados la enfrían. La constancia en
la rectitud, con sus buenas obras, le aporta el fuego del deseo superior. Las
igual celo los siete dones del Espíritu Santo. Al inicio de su acción, recibe
la Sabiduría que posee luego del temor. La conserva en medio del coraje- Fuerza
del corazón otras virtudes vienen en ayuda a la firmeza, para comunicar a cada
creyente el fluido de la santidad, la gracia santificante. El alma se encuentra
penetrada del rocío y el calor del Espíritu Santo, domina la carne y lleva a
servir a Dios con ella… Entonces, todos los órganos interiores aportan su
energía al alma humana para servirla. Así, cuando el alma deja el pecado para
cumplir la justicia, se eleva siguiendo la razón.
Fuente: Santa Hildegarda de
Bingen (1098-1179), abadesa benedictina y doctora de la Iglesia
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