Hoy leemos un extracto del capítulo 10 del Evangelio según san Lucas. El Señor ha enviado a setenta y dos discípulos a los lugares adonde Él mismo ha de ir. Y regresan exultantes. Oyéndoles contar sus hechos y gestas, «Jesús se llenó del gozo del Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra’» (Lc 10,21).
La gratitud es una de las facetas
de la humildad. El arrogante considera que no debe nada a nadie. Pero para
estar agradecido, primero, hay que ser capaz de descubrir nuestra pequeñez.
“Gracias” es una de las primeras palabras que enseñamos a los niños. «Yo te
bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas
a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños» (Lc 10,21).
Benedicto XVI, al hablar de la
actitud de adoración, afirma que ella presupone un «reconocimiento de la
presencia de Dios, Creador y Señor del universo. Es un reconocimiento lleno de
gratitud, que brota desde lo más hondo del corazón y abarca todo el ser, porque
el hombre sólo puede realizarse plenamente a sí mismo adorando y amando a Dios
por encima de todas las cosas».
Un alma sensible experimenta la
necesidad de manifestar su reconocimiento. Es lo único que los hombres podemos
hacer para responder a los favores divinos. «¿Qué tienes que no hayas
recibido?» (1Cor 4,7). Desde luego, nos hace falta «dar gracias a Dios Padre, a
través de su Hijo, en el Espíritu Santo; con la gran misericordia con la que
nos ha amado, ha sentido lástima por nosotros, y cuando estábamos muertos por
nuestros pecados, nos ha hecho revivir con Cristo para que seamos en Él una
nueva creación» (San León Magno).
Fuente: Abbé Jean GOTTIGNY (Bruxelles,
Bélgica)
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