Cristo no nos acepta porque somos perfectos, sino que nos acoge y nos llama a pesar de nuestras debilidades y de la fama que podamos tener. El ha venido a salvar a los pecadores, o sea, a nosotros.
También nos debe estimular, este evangelio, a no creernos los mejores, escandalizándonos por los defectos que vemos en los demás. Sino, como Jesús, que sabe comprender y dar un voto de confianza, aceptar a las personas como son y no como quisiera yo que fuesen, para ayudarles, a partir de donde están, a dar pasos adelante.
A todos nos suele gustar ser jueces y criticar, teniendo los ojos muy abiertos a los defectos de los demás y cerrados a los nuestros. Cristo nos va a ir dando una y otra vez en el evangelio la lección de la comprensión y de la tolerancia: «Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.»
(Fuente nocetnam: Monasterio de Santa Catalina de Siena, Paterna)
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