Ana tuvo esperanza y no se cansó de esperar ni siquiera en su ancianidad. Y, además, porque, iluminada por el Espíritu, supo discernir y, entre tantos niños, descubrir al Salvador. Que el Señor nos ayude a los que, como ella, paseamos nuestra esperanza junto a los “templos” de nuestro mundo, para que, también iluminados por el mismo Espíritu, sepamos descubrir al Señor, incluso “disfrazado” de niño, joven, anciano o emigrante.
(Fuente nocetnam)
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