Todos los enfermos iban a Jesús para ser curados por Él. Ni siquiera tenían necesidad de hablarle de sus dolencias. San Mateo nos dice que simplemente los colocaban a sus pies y Él los curaba. ¿Y nosotros? ¿Vamos a donde está Jesús para que nos sane? A veces nos olvidamos de que en la Eucaristía tenemos al mismo Señor que recorrió Palestina, ahí encontramos a Jesús tal como lo está en el cielo. Tampoco hemos de hablar mucho para pedirle por nuestras necesidades, basta ponernos a sus pies, es decir, presentarnos a Él con humildad y sencillez tal cual somos. Los enfermos que buscaban a Jesús en las cercanías del mar de Galilea sabían que no podían vivir plenamente sin Él y sin su ayuda. De igual forma, toda la salud de nuestra alma depende de Jesús, particularmente de la Confesión y la Eucaristía. Acudamos con gusto a los sacramentos. Comulguemos con frecuencia, dediquemos tiempo a la oración. Adoremos la santa Eucaristía con amor y reverencia. Llenémonos de Jesús para poder vivir un día por siempre con Él.
(Fuente nocetnam)
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