La señal de Dios es la sencillez. Éste es su modo de reinar y de hacerse presente entre nosotros. Él no viene a nosotros con toda su fuerza, sino con humildad. Un ejemplo de ello es la Eucaristía. Jesús, oculto en el pan y en el vino, nos espera en el sacramento del amor. Ahí le encontramos siempre. Sólo pide nuestra amistad. No escatimemos tiempo para ir a adorarlo con fe, abiertos a reparar las faltas del mundo. Si Cristo tuvo que padecer mucho por nosotros, ahora nos toca ofrecer nuestros sufrimientos para que haya más y más personas que disfruten siquiera un solo día de la fe y del amor de Dios. Nuestras vidas están medidas por el tiempo y por eso el Señor nos pone el ejemplo del relámpago que brilla por un instante en el cielo. Así de fugaz es nuestro paso por la tierra. Esto da urgencia a nuestra existencia. Como no sabemos ni el día ni la hora, hemos de estar en vela agradando en todo al Señor.
(Fuente Nocetnam: Regnum Christi )
No hay comentarios:
Publicar un comentario