domingo, 23 de junio de 2019

Santo del Dia: San Pedro y Pablo Apostoles


SAN PEDRO
San Pedro, primer Papa, llamado también príncipe de los apóstoles, figura en primer lugar en todas las enumeraciones de apóstoles del Nuevo Testamento (Mt 10, 3; Mc. 3, 18; Lc 6, 14; Hch 1, 13). Ocupa un lugar principal entre los Doce, siendo protagonista de muchos episodios en el Evangelio. Nació en el pueblo galileo de Betsadia. Junto con su hermano Andrés y los hijos de Zebedeo, se dedicaba al oficio de pescador.


El nombre de Pedro era Simón. El Señor Jesús se lo cambia por Cefas, que quiere decir "piedra" (Jn 1, 41-42). En uno de los pasajes más significativos de la Escritura, vemos a Pedro afirmando que Jesús es "el Cristo, el hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). En respuesta, el Señor Jesús lo confirma como la "piedra" sobre la cual la Iglesia será edificada, le otorga las llaves del Reino de los Cielos y la potestad de "atar y desatar" (Mt 16, 18-19). Debido a esto se le representa popularmente con un par de llaves, que son su atributo característico. Por ello también es patrono de los porteros y fabricantes de llaves.
Junto con Santiago y Juan, Pedro pertenecía al grupo de los más allegados a Jesús. Está presente en el milagro de la resurrección de la hija de Jairo (Mt 9,18ss; Mc 5, 21ss; Lc 8,40ss), en el episodio de la transfiguración (Mt 17, 1-13; Mc. 19, 2-10; Lc 9, 28-36) y en la oración en el monte de Getsemaní (Mt 26, 36-45; Mc 14, 32-42). Suele también ser representado junto a San Juan debido a los varios episodios en los cuales los dos aparecen asociados, especialmente la carrera al sepulcro vacío (Jn 20, 1-10)
El Evangelio nos lo presenta como un hombre de carácter impetuoso e impulsivo. Reprende al Señor cuando Él les habla sobre su pasión, con lo que se gana el reproche del Maestro, quien lo llama "Satanás" (Mt 16, 21-24). Le pide a Jesús que le mande caminar sobre las aguas hacia Él (Mt 14, 28-31). No quiere que Cristo le lave los pies en la Ultima Cena (Jn 13, 6-9) y le promete que no lo abandonará y lo seguirá hasta la muerte. El Señor le dice que antes de que cante el gallo, Pedro lo negará tres veces (Mt 26, 33-34; Mc 14, 29-30; Lc 22, 33-34; Jn 13, 37-38).
El episodio de la negación de San Pedro es conmovedor. Nos lo presenta negando tres veces que conoce al Jesús por miedo a los judíos. Inmediatamente después canta el gallo y él recuerda las palabras que el Señor le había dicho. La mirada del Señor se cruza con la de San Pedro, y este último sale fuera, llorando amargamente en actitud arrepentida (Lc 22, 54-62). Por sus negaciones, es representado a veces en actitud de jurar o llorando. Por ello también los penitentes lo invocan como patrono.
Luego de la resurrección, el Señor se manifiesta a sus discípulos a orillas del lago Tiberiades. En este episodio el Señor perdona a Pedro y lo afirma tres veces en su misión, en contraposición a la triple negación del Apóstol. También le predice el martirio que va a sufrir (Jn 21, 15-18).
A San Pedro no se le suele representar con un cayado como a otros santos obispos. En cambio, siempre lleva una cruz a modo de báculo pastoral. Incluso hasta hoy, el Papa no usa báculo como los otros obispos, sino una cruz a modo de cayado. Esto se debe a una tradición que señala que San Pedro había dado su báculo a los discípulos de San Materno, que resucitaron con él a su maestro. Este báculo estuvo en Colona hasta el siglo X, luego se partió por la mitad, y una parte se entregó a la ciudad de Tréveris. Esta tradición la recoge Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica: "el Romano Pontífice no usa báculo, porque Pedro lo envió para resucitar a uno de sus discípulos, que después fue consagrado obispo de Tréveris" (Suma Teológica, Parte III, cuestión XL, artículo VII, respuesta a la objeción 8ª). En el mismo lugar, Santo Tomás alega otro motivo por el cual el Papa no lleva báculo: "para manifestar que no tiene una potestad restringida, lo cual significa la curvatura del báculo".
San Pedro fue obispo de Antioquia y posteriormente obispo de Roma, donde estableció su sede y fue martirizado en tiempos del emperador Nerón. Así lo estiman tres Padres de la Iglesia: San Ireneo, San Clemente de Alejandría y Tertuliano. Fue condenado a ser crucificado, pero considerándose indigno de morir como el Señor pidió ser clavado cabeza abajo. De ahí otra representación del Apóstol y su atributo típico de una cruz dada vuelta. Fue sepultado en lo que hoy es el Vaticano donde aun se encuentran su restos bajo el altar mayor de la basílica de San Pedro. Esto ha sido comprobado en los encuentros arqueológicos y anunciado por Pío XII al concluir el año santo de 1950
Aunque la tradición que señala que San Pedro y San Pablo compartieron la misma prisión no es segura, se sabe que ambos murieron mártires en Roma en la misma época, hacia el año 67. La Iglesia los ha venerado siempre juntos y les dedica una única solemnidad el 29 de junio. Esta fecha puede tener su origen en el traslado de los restos de ambos apóstoles a un mismo lugar de culto, en la Vía Appia, hacia el año 254, antes de que cada apóstol tuviera su propio templo (primero San Pablo en la Vía Ostiense y luego San Pedro en la Colina Vaticana).
Los únicos escritos que poseemos de San Pedro se encuentran en el Nuevo Testamento, y son sus dos epístolas. Se piensa que ambas fueron dirigidas a los convertidos del Asia Menor. La primera epístola concluye mandando saludos de parte de la Iglesia situada en Babilonia, lo cual prueba que fue escrita desde Roma, que en esos tiempos era llamada Babilonia por los judíos.
Se han encontrado muchos escritos en las catacumbas que unen los nombres de San Pedro y San Pablo, mostrando que la devoción popular a estos grandes Apóstoles comenzó en los primeros siglos. Pinturas muy antiguas nos describen a San Pedro como un hombre energético, pelo crespo y barba. En el arte sus emblemas tradicionales son un barco, llaves y un gallo.
SAN PABLO



Saulo (también llamado Saulo de Tarso, San Pablo Apóstol, el Apóstol de los Gentiles y San Pablo de Tarso) Apóstol del cristianismo que él transformó en religión universal (Tarso, Cilicia, h. 4/15 - Roma ?, h. 64/68). Era hijo de judíos fariseos de cultura helenística y con ciudadanía romana. Fue contemporáneo de Jesucristo e incluso estuvo en Jerusalén en la misma época que él, aunque probablemente no se conocieron.
Pablo tenía una sólida formación teológica, filosófica, jurídica, mercantil y lingüística (hablaba griego, latín, hebreo y arameo). Participó en las primeras persecuciones contra los cristianos. Pero durante un viaje a Damasco, poco después de la crucifixión de Jesucristo, se convirtió a la nueva fe, que por entonces era considerada una secta herética del judaísmo (según su propio relato, fue el mismo Jesús el que se le apareció).
Desde entonces San Pablo se convirtió en el más ardiente propagandista del cristianismo, al que contribuyó a extender más allá del pueblo judío, entre los gentiles: viajó como misionero por Grecia, Asia Menor, Siria y Palestina; y escribió misivas (las encíclicas) a diversos pueblos del entorno mediterráneo.
Los escritos de San Pablo adaptaron el mensaje de Jesús a la cultura helenística imperante en el mundo mediterráneo, facilitando su extensión fuera del ámbito cultural hebreo en donde había nacido. Al mismo tiempo, esos escritos constituyen una de las primeras interpretaciones del mensaje de Jesús, razón por la que contribuyeron de manera decisiva al desarrollo teológico del cristianismo (se atribuyen a San Pablo más de la mitad de los libros del Nuevo Testamento).






Saulo de Tarso fue educado en el fariseísmo, una de las facciones del judaísmo del siglo I. Como él mismo narra en uno de sus escritos, la Carta a los Gálatas, su celo por el judaísmo le llevó a perseguir al naciente grupo de los cristianos (Ga 1,13-14), a los que consideraba contrarios a la pureza de la religión judía, hasta que en una ocasión, camino de Damasco, Jesús mismo se le reveló y le llamó para seguirle, como antes había hecho con los apóstoles. Saulo respondió a esta llamada bautizándose y dedicando su vida a la difusión del evangelio de Jesucristo (Hch 26,4-18).
La conversión de Pablo es uno de los momentos clave de su vida, porque es precisamente entonces cuándo empieza a entender lo que es la Iglesia como cuerpo de Cristo: perseguir a un cristiano es perseguir a Jesús mismo. En ese mismo pasaje, Jesús se presenta como “Resucitado”, situación que espera a todos los hombres tras la muerte si uno sigue las huellas de Jesús mismo, y como “Señor”, remarcando su carácter divino, ya que la palabra que se usa para denominar al “señor”, kyrie, se aplica en la Biblia griega a Dios mismo. Podemos decir, pues, que Pablo recibió el evangelio a predicar de Jesús mismo, aunque luego, también ayudado por la gracia y la propia reflexión, supo sacar de esa primera luz muchas de las principales implicaciones del evangelio, tanto para una mayor comprensión del misterio divino como para mostrar sus consecuencias para la condición y el obrar de los hombres sin fe y con fe en Cristo.
Pablo, en el momento de su conversión, es presentado con rasgos de profeta al que se le asigna una misión muy concreta. Como dice otro de los libros del Nuevo Testamento, los Hechos de los Apóstoles, el Señor dijo a Ananías, el que había de bautizar a Pablo: “Vete, porque éste es mi instrumento elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que deberá sufrir a causa de mi nombre” (Hch 9,15-16). El Señor también dijo al mismo Pablo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie, porque me he dejado ver por ti para hacerte ministro y testigo de lo que has visto y de lo que todavía te mostraré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles a los que te envío, para que abras sus ojos y así se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados por la fe en mí” (Hch 26,15-18).
San Pablo llevó a cabo su misión de predicar el camino de la salvación realizando viajes apostólicos, fundando y fortaleciendo comunidades cristianas en las diversas provincias del Imperio Romano por las que pasaba: Galacia, Asia, Macedonia, Acaya, etc. Los escritos del Nuevo Testamento nos presentan a un Pablo escritor y predicador. Cuando llegaba a un sitio, Pablo acudía a la sinagoga, lugar de reunión de los judíos, para predicar el evangelio. Después, acudía a los paganos, esto es, los no judíos.
Después de dejar algunos lugares, ya sea por haber dejado la predicación inconclusa, ya sea para responder a las preguntas que le enviaban desde esas comunidades, Pablo empezó a escribir cartas, que pronto serían recibidas en las iglesias con una particular reverencia. Escribió cartas a comunidades enteras y a personas singulares. El Nuevo Testamento nos ha transmitido 14, que tienen su origen en la predicación de Pablo: una Carta a los Romanos, dos Cartas a los Corintios, una Carta a los Gálatas, una Carta a los Efesios, una Carta a los Filipenses, una Carta a los Colosenses, dos Cartas a los Tesalonicenses, dos Cartas a Timoteo, una Carta a Tito, una Carta a Filemón y una Carta a los Hebreos. Aunque no son de fácil datación, podemos decir que la mayoría de estas cartas fueron escritas durante la década que va del año 50 al 60.
El centro del mensaje predicado por Pablo es la figura de Cristo desde la perspectiva de lo que ha realizado cara a la salvación de los hombres. La Redención obrada por Cristo, cuya acción se pone en relación muy estrecha con la del Padre y con la del Espíritu, marca un punto de inflexión en la situación del hombre y en su relación con Dios mismo. Antes de la redención, el hombre caminaba en el pecado, cada vez más alejado de Dios; pero ahora está el Señor, el Kyrios, que ha resucitado y ha vencido la muerte y el pecado, y que constituye una sola cosa con los que creen y reciben el bautismo. En este sentido, se puede decir que la clave para entender la teología paulina es el concepto de conversión (metánoia), como paso de la ignorancia a la fe, de la Ley de Moisés a la ley de Cristo, del pecado a la gracia.
Pablo es el nombre griego de Saulo, hombre de raza hebrea y de religión judía, oriundo de Tarso de Cilicia, ciudad situada en el sureste de la actual Turquía, que vivió en el siglo I después de Cristo. Pablo fue, por tanto, contemporáneo de Jesús de Nazaret, aunque presumiblemente no llegaron a encontrarse en vida.
Saulo de Tarso fue educado en el fariseísmo, una de las facciones del judaísmo del siglo I. Como él mismo narra en uno de sus escritos, la Carta a los Gálatas, su celo por el judaísmo le llevó a perseguir al naciente grupo de los cristianos (Ga 1,13-14), a los que consideraba contrarios a la pureza de la religión judía, hasta que en una ocasión, camino de Damasco, Jesús mismo se le reveló y le llamó para seguirle, como antes había hecho con los apóstoles. Saulo respondió a esta llamada bautizándose y dedicando su vida a la difusión del evangelio de Jesucristo (Hch 26,4-18).
La conversión de Pablo es uno de los momentos clave de su vida, porque es precisamente entonces cuándo empieza a entender lo que es la Iglesia como cuerpo de Cristo: perseguir a un cristiano es perseguir a Jesús mismo. En ese mismo pasaje, Jesús se presenta como “Resucitado”, situación que espera a todos los hombres tras la muerte si uno sigue las huellas de Jesús mismo, y como “Señor”, remarcando su carácter divino, ya que la palabra que se usa para denominar al “señor”, kyrie, se aplica en la Biblia griega a Dios mismo. Podemos decir, pues, que Pablo recibió el evangelio a predicar de Jesús mismo, aunque luego, también ayudado por la gracia y la propia reflexión, supo sacar de esa primera luz muchas de las principales implicaciones del evangelio, tanto para una mayor comprensión del misterio divino como para mostrar sus consecuencias para la condición y el obrar de los hombres sin fe y con fe en Cristo.
Pablo, en el momento de su conversión, es presentado con rasgos de profeta al que se le asigna una misión muy concreta. Como dice otro de los libros del Nuevo Testamento, los Hechos de los Apóstoles, el Señor dijo a Ananías, el que había de bautizar a Pablo: “Vete, porque éste es mi instrumento elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que deberá sufrir a causa de mi nombre” (Hch 9,15-16). El Señor también dijo al mismo Pablo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie, porque me he dejado ver por ti para hacerte ministro y testigo de lo que has visto y de lo que todavía te mostraré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles a los que te envío, para que abras sus ojos y así se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados por la fe en mí” (Hch 26,15-18).
San Pablo llevó a cabo su misión de predicar el camino de la salvación realizando viajes apostólicos, fundando y fortaleciendo comunidades cristianas en las diversas provincias del Imperio Romano por las que pasaba: Galacia, Asia, Macedonia, Acaya, etc. Los escritos del Nuevo Testamento nos presentan a un Pablo escritor y predicador. Cuando llegaba a un sitio, Pablo acudía a la sinagoga, lugar de reunión de los judíos, para predicar el evangelio. Después, acudía a los paganos, esto es, los no judíos.
Después de dejar algunos lugares, ya sea por haber dejado la predicación inconclusa, ya sea para responder a las preguntas que le enviaban desde esas comunidades, Pablo empezó a escribir cartas, que pronto serían recibidas en las iglesias con una particular reverencia. Escribió cartas a comunidades enteras y a personas singulares. El Nuevo Testamento nos ha transmitido 14, que tienen su origen en la predicación de Pablo: una Carta a los Romanos, dos Cartas a los Corintios, una Carta a los Gálatas, una Carta a los Efesios, una Carta a los Filipenses, una Carta a los Colosenses, dos Cartas a los Tesalonicenses, dos Cartas a Timoteo, una Carta a Tito, una Carta a Filemón y una Carta a los Hebreos. Aunque no son de fácil datación, podemos decir que la mayoría de estas cartas fueron escritas durante la década que va del año 50 al 60.
El centro del mensaje predicado por Pablo es la figura de Cristo desde la perspectiva de lo que ha realizado cara a la salvación de los hombres. La Redención obrada por Cristo, cuya acción se pone en relación muy estrecha con la del Padre y con la del Espíritu, marca un punto de inflexión en la situación del hombre y en su relación con Dios mismo. Antes de la redención, el hombre caminaba en el pecado, cada vez más alejado de Dios; pero ahora está el Señor, el Kyrios, que ha resucitado y ha vencido la muerte y el pecado, y que constituye una sola cosa con los que creen y reciben el bautismo. En este sentido, se puede decir que la clave para entender la teología paulina es el concepto de conversión (metánoia), como paso de la ignorancia a la fe, de la Ley de Moisés a la ley de Cristo, del pecado a la gracia.
Pablo es el nombre griego de Saulo, hombre de raza hebrea y de religión judía, oriundo de Tarso de Cilicia, ciudad situada en el sureste de la actual Turquía, que vivió en el siglo I después de Cristo. Pablo fue, por tanto, contemporáneo de Jesús de Nazaret, aunque presumiblemente no llegaron a encontrarse en vida.
Saulo de Tarso fue educado en el fariseísmo, una de las facciones del judaísmo del siglo I. Como él mismo narra en uno de sus escritos, la Carta a los Gálatas, su celo por el judaísmo le llevó a perseguir al naciente grupo de los cristianos (Ga 1,13-14), a los que consideraba contrarios a la pureza de la religión judía, hasta que en una ocasión, camino de Damasco, Jesús mismo se le reveló y le llamó para seguirle, como antes había hecho con los apóstoles. Saulo respondió a esta llamada bautizándose y dedicando su vida a la difusión del evangelio de Jesucristo (Hch 26,4-18).
La conversión de Pablo es uno de los momentos clave de su vida, porque es precisamente entonces cuándo empieza a entender lo que es la Iglesia como cuerpo de Cristo: perseguir a un cristiano es perseguir a Jesús mismo. En ese mismo pasaje, Jesús se presenta como “Resucitado”, situación que espera a todos los hombres tras la muerte si uno sigue las huellas de Jesús mismo, y como “Señor”, remarcando su carácter divino, ya que la palabra que se usa para denominar al “señor”, kyrie, se aplica en la Biblia griega a Dios mismo. Podemos decir, pues, que Pablo recibió el evangelio a predicar de Jesús mismo, aunque luego, también ayudado por la gracia y la propia reflexión, supo sacar de esa primera luz muchas de las principales implicaciones del evangelio, tanto para una mayor comprensión del misterio divino como para mostrar sus consecuencias para la condición y el obrar de los hombres sin fe y con fe en Cristo.
Pablo, en el momento de su conversión, es presentado con rasgos de profeta al que se le asigna una misión muy concreta. Como dice otro de los libros del Nuevo Testamento, los Hechos de los Apóstoles, el Señor dijo a Ananías, el que había de bautizar a Pablo: “Vete, porque éste es mi instrumento elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que deberá sufrir a causa de mi nombre” (Hch 9,15-16). El Señor también dijo al mismo Pablo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie, porque me he dejado ver por ti para hacerte ministro y testigo de lo que has visto y de lo que todavía te mostraré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles a los que te envío, para que abras sus ojos y así se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados por la fe en mí” (Hch 26,15-18).
San Pablo llevó a cabo su misión de predicar el camino de la salvación realizando viajes apostólicos, fundando y fortaleciendo comunidades cristianas en las diversas provincias del Imperio Romano por las que pasaba: Galacia, Asia, Macedonia, Acaya, etc. Los escritos del Nuevo Testamento nos presentan a un Pablo escritor y predicador. Cuando llegaba a un sitio, Pablo acudía a la sinagoga, lugar de reunión de los judíos, para predicar el evangelio. Después, acudía a los paganos, esto es, los no judíos.
Después de dejar algunos lugares, ya sea por haber dejado la predicación inconclusa, ya sea para responder a las preguntas que le enviaban desde esas comunidades, Pablo empezó a escribir cartas, que pronto serían recibidas en las iglesias con una particular reverencia. Escribió cartas a comunidades enteras y a personas singulares. El Nuevo Testamento nos ha transmitido 14, que tienen su origen en la predicación de Pablo: una Carta a los Romanos, dos Cartas a los Corintios, una Carta a los Gálatas, una Carta a los Efesios, una Carta a los Filipenses, una Carta a los Colosenses, dos Cartas a los Tesalonicenses, dos Cartas a Timoteo, una Carta a Tito, una Carta a Filemón y una Carta a los Hebreos. Aunque no son de fácil datación, podemos decir que la mayoría de estas cartas fueron escritas durante la década que va del año 50 al 60.
El centro del mensaje predicado por Pablo es la figura de Cristo desde la perspectiva de lo que ha realizado cara a la salvación de los hombres. La Redención obrada por Cristo, cuya acción se pone en relación muy estrecha con la del Padre y con la del Espíritu, marca un punto de inflexión en la situación del hombre y en su relación con Dios mismo. Antes de la redención, el hombre caminaba en el pecado, cada vez más alejado de Dios; pero ahora está el Señor, el Kyrios, que ha resucitado y ha vencido la muerte y el pecado, y que constituye una sola cosa con los que creen y reciben el bautismo. En este sentido, se puede decir que la clave para entender la teología paulina es el concepto de conversión (metánoia), como paso de la ignorancia a la fe, de la Ley de Moisés a la ley de Cristo, del pecado a la gracia.


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