En nuestra vida diaria podemos tener diversas dificultades y problemas. En esos momentos, a veces parece que Cristo guarda silencio, entonces desfallecemos y perdemos de algún modo la esperanza. Pero como les sucedió a los apóstoles, Cristo se acerca a nosotros, camina siempre a nuestro lado: Él es nuestra fuerza, nuestro alimento, nuestra luz…
La verdadera y gran esperanza de nuestras vidas es Dios. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día en un mundo que por naturaleza es imperfecto.
Confiemos en Jesús siempre y recordemos que la verdadera esperanza en Él no se debe reservar para sí mismo, sino que se ha de contagiar a los demás.
(Fuente: Regnum Christi)
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