Juan Ciudad
Duarte -nuestro Juan de Dios- nace en Montemor-o-Novo (Portugal), cerca de
Évora, el 8 de marzo de 1495. En un episodio que no conocemos con suficiente
claridad, sale de su casa a la edad de 8 años, acompañado de un clérigo que se
había hospedado en ella y llega a España. Se afinca en Oropesa (Toledo), en
casa de D. Francisco Mayoral cuyos ganados guarda y pastorea (1523-1532).
Al
desembarcar en España por la costa gallega, siente la necesidad de entrar en
Portugal y reencontrarse con sus orígenes. Pero este deseo se ve seriamente
frustrado: sus padres han muerto; tan sólo queda su tío. Perdidas sus raíces
principales, Juan Ciudad continúa su peregrinar hacia no se sabe muy bien
dónde...
Pasa por
Sevilla, decide pasar al Norte de África atravesando el Estrecho de Gibraltar.
En la travesía conoce a unos exiliados portugueses poniéndose a su servicio. De
este modo comienza, aún dentro de lo que podríamos denominar episodios confusos
y poco clarificados, los gestos de generosidad y solidaridad con el prójimo,
que se irán sucediendo posteriormente hasta culminar con su total y absoluta
entrega a los pobres y enfermos. Trabaja como albañil y con su salario socorre
las necesidades de dichos exiliados.
Tampoco ahí
acaba de encontrarse a sí mismo, ni sabiendo lo que quiere de su vida, ni lo
que Dios le pide de ella. Vuelve a la Península y se instala en Granada (1538).
Ejerce el oficio de librero. En aquella época, los libros de caballería y los
de corte religioso son los que mayor demanda tienen. Él vende unos y otros,
aunque su marketing insiste en las excelencias de los últimos, mucho más
provechosos que los de caballerías. Incluso hace sus propias ofertas en
las que siempre incluye como regalo un libro religioso.
En éstas nos
hallamos, cuando el 20 de Enero de 1539, fiesta de San Sebastián, sube a la
Ermita de los Mártires, para escuchar el sermón de Juan de Ávila -hoy, San Juan
de Ávila-. Es en ese momento cuando su ser resulta alcanzado de una forma
especial por la gracia. Su reacción de conversión es tal que a los ojos de los
demás parecerá un enajenado, de ahí su ingreso en el Hospital Real donde será
atendido como enfermo mental, un loco. La experiencia allí vivida a buen seguro
que influye en su decisión posterior de crear un hospital propio para atender a
los enfermos con un trato peculiar, muy distinto al que él mismo ha recibido.
Una vez
fuera del Hospital Real, Juan de Dios se pone bajo la guía y dirección de Juan
de Ávila. Retoma su proceso de discernimiento, ahora perfectamente acompañado.
Medita, ora. La pobreza y el sufrimiento de las sencillas gentes del pueblo son
un reclamo constante. ¿Qué hacer ante ello?, se pregunta en su interior.
Pero su
reflexión no se realiza aislada del compromiso. Se dedica a recoger leña en el
campo para venderla en la ciudad. Con el dinero obtenido alimenta a quienes
descubre que más lo necesitan...
Al fin
consigue alquilar un local en la granadina calle de Lucena donde ubica su
primer hospital. Más tarde, buscando un lugar que reuniese mejores condiciones
para los enfermos, lo traslada a la Cuesta de los Gomérez.
Todos los
recursos con los que cuenta para su obra no son sino su propia persona. Él hace
de enfermero, él limpia, él administra, él atiende las necesidades espirituales
de sus asistidos. Sale cada tarde a las calles de Granada a convocar la
solidaridad de las buenas gentes al grito de su lema: Hermanos, haceos bien
a vosotros mismos. Después, y viendo la bondad de su obra, comenzarán a
colaborar con él diversas personas. Ha nacido la familia hospitalaria de Juan
de Dios.
El 8 de
Marzo de 1550, a los 55 años, moría Juan de Dios en Granada, víctima de una
pulmonía a consecuencia de haberse tirado al Genil para salvar a un joven que,
aprovechando la crecida del río, había ido para hacer leña pero se cayó en
medio de la corriente y estaba en trance de ahogarse. Lógico final para una
vida totalmente entregada a los demás.
Declarado
Beato en 1630 por Urbano VII, fue canonizado -proclamado santo- en 1690 por
Alejandro VIII..
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