
Aunque esta
fiesta del 2 de febrero cae fuera del tiempo de navidad, es una parte
integrante del relato de navidad. Es una chispa de fuego de navidad, es una
epifanía del día cuadragésimo. Navidad, epifanía, presentación del Señor son
tres paneles de un tríptico litúrgico.
Es una fiesta
antiquísima de origen oriental. La Iglesia de Jerusalén la celebraba ya en el
siglo IV. Se celebraba allí a los cuarenta días de la fiesta de la epifanía, el
14 de febrero. La peregrina Eteria, que cuenta esto en su famoso diario, añade
el interesante comentario de que se "celebraba con el mayor gozo, como si
fuera la pascua misma"'. Desde Jerusalén, la fiesta se propagó a otras
iglesias de Oriente y de Occidente. En el siglo VII, si no antes, había sido
introducida en Roma. Se asoció con esta fiesta una procesión de las candelas.
La Iglesia romana celebraba la fiesta cuarenta días después de navidad.
Entre las
iglesias orientales se conocía esta fiesta como "La fiesta del
Encuentro" (en griego, Hypapante), nombre muy significativo y expresivo,
que destaca un aspecto fundamental de la fiesta: el encuentro del Ungido de
Dios con su pueblo. San Lucas narra el hecho en el capítulo 2 de su evangelio.
Obedeciendo a la ley mosaica, los padres de Jesús llevaron a su hijo al templo
cuarenta días después de su nacimiento para presentarlo al Señor y hacer una
ofrenda por él.

La bendición de
las candelas antes de la misa y la procesión con las velas encendidas son
rasgos chocantes de la celebración actual. El misal romano ha mantenido estas
costumbres, ofreciendo dos formas alternativas de procesión. Es adecuado que,
en este día, al escuchar el cántico de Simeón en el evangelio (Lc 2,22-40),
aclamemos a Cristo como "luz para iluminar a las naciones y para dar
gloria a tu pueblo, Israel".
No hay comentarios:
Publicar un comentario