En ocasiones nos sucede lo
mismo que les aconteció a los discípulos y tememos que Jesús es sólo un
fantasma que no está vivo ni presente en nuestra vida. En varias situaciones
hemos experimentado lo mismo que Pedro, ante la fuerza del viento de las
dificultades dejamos de creer y de confiar.
La misma vida nos hace ver que todo
puede derrumbarse por motivos ajenos a nosotros y en cualquier momento.
Entonces descubrimos que todo lo humano necesita algo en lo cual anclarse, algo
que no pueda hundirse o desaparecer. La esperanza del cristiano no se basa en
ideas o en previsiones humanas, sino que se funda en Dios. Dios es nuestra
firme esperanza. Sólo Él es nuestra seguridad.
Al mismo tiempo, cada uno ha de
ser una fuente de esperanza para los demás, porque nuestra esperanza es
esencialmente esperanza para los demás. Sólo así es verdaderamente esperanza
para cada uno de nosotros.
Terminemos nuestra oración haciendo un acto de
completa confianza en Dios. Busquemos desprendernos de aquellas seguridades
materiales o humanas y afiancemos nuestra vida en Dios.
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