lunes, 23 de julio de 2018

Comentario lectura evangelio 24/07/18

¿Quién es mi madre?

Hoy, el Evangelio se nos presenta, de entrada, sorprendente: «¿Quién es mi madre?» (Mt 12,48), se pregunta Jesús. Parece que el Señor tenga una actitud despectiva hacia María. No es así. Lo que Jesús quiere dejar claro aquí es que ante sus ojos —¡ojos de Dios!— el valor decisivo de la persona no reside en el hecho de la carne y de la sangre, sino en la disposición espiritual de acogida de la voluntad de Dios: «Extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’» (Mt 12,49-50).

Pero, ¿quién ha estado más dispuesto a realizar la voluntad de Dios que María? «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Por esto, san Agustín dice que María, primero acogió la palabra de Dios en el espíritu por la obediencia, y sólo después la concibió en el seno por la Encarnación.

Para seguir a Jesús, no basta decir que se cree en Él. No es suficiente formular propósitos día tras día y luego dejarlos olvidados o abandonarlos a medio camino. Quien vive así tiene una fe como muerta. Si la fe es verdadera, se convierte en amor, se traduce y expresa en la caridad. Una fe sin obras, sin caridad, sin fruto no es una fe genuina. La fe se ha de manifestar en una vida nueva según Dios. 

Las consecuencias de una fe de palabra que no se encarna en las obras son tristes y desconsoladoras. La auténtica amistad con Cristo influye en la vida y se consuma en el amor al prójimo. Tampoco podemos caer en el otro extremo de realizar obras aparentemente buenas pero que no estén motivadas por el amor a Dios o por la pureza de intención. 

La hipocresía, la búsqueda del propio bien o el deber por el deber no nos santifican. Imitemos el ejemplo de la Virgen María que supo siempre amar a Dios con su fe y sus obras.

(Fuente: Padre Pere Suñer y Regnum Christi)

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